Bonitos comienzos

Los invito a hacer un ejercicio de rememoración. Piensen en la emoción de abrir una novela best-seller y quedarse atrapados devorando sus hojas.

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Tali Mandel

Posteado en 04.04.21

Los invito a hacer un ejercicio de rememoración. Piensen en la primera vez que probaron su comida favorita, o en la emoción de abrir una novela best-seller y quedarse atrapados por ella devorando sus hojas.

 

¡Qué emoción da comenzar nuevas actividades! Uno siente esas cosquillas que le indican que va a prestar toda su atención a esa nueva aventura. Yo recuerdo cómo escogí minuciosamente el cuaderno que llevaría a mi primera clase de judaísmo impartida por quien se convertiría más tarde en mi rabino en la diáspora, al que aprecio mucho. Tengo en mi mente aún fresca esa emoción del comienzo, de saber que ante mí se abría un nuevo mundo de posibilidades y descubrimientos increíbles.

 

Aún hoy en día, cuando recuerdo esas semanas, se me eriza el vello al revivir el entusiasmo que sentía en esos momentos y todas las ideas que pasaban por mi cabeza a mil por hora. Y lo más curioso es que me sigue sucediendo cada vez que abro un libro de Torá. En cada ocasión que tengo de comenzar el estudio de la Sagrada Torá desde un punto de vista diferente o abordando ciertas cuestiones halájicas, vuelvo a sentir esa emoción, ¿no es increíble?

 

Y es que el estudio de la Torá lleva toda una vida y lo bonito de ello es que el entusiasmo es muy fácil de avivar. Por supuesto, el iétzer hará hace de las suyas y nos sugiere que es mejor sentarse a ver una película que abrir un libro y estudiar. Esto es obvio, nadie está exento de esta inclinación del mal puesto que es parte de nuestro estatus como seres humanos. Sin embargo, en el momento en el que logramos vencer este instinto, se abre ante nosotros la maravilla del descubrimiento, aparecen respuestas a nuestros interrogantes más profundos (esos que ni siquiera nos atrevemos a formular en voz alta) y saboreamos la dulzura de la Torá que Hashem nos ha dado.

 

Como les decía, preparé con mucho cuidado todo lo necesario para comenzar las clases de conversión, leí mucho e intenté estar preparada para lo que iba a venir en el siguiente capítulo de mi vida. Pero nada me hubiera preparado para ese mundo fabuloso que sigo redescubriendo cada día.

 

Me gusta rememorar esos años, sigo manteniendo contacto con las amigas y las familias que conocí en esos momentos cruciales de mi vida y nos encontramos de vez en cuando aunque vivimos en diferentes países.

 

Y es que esa es la “magia” de la Torá, que tiene un interés que nunca se agota y que es capaz de suscitar nuestra curiosidad aún después de años de estar estudiándola. ¿No les parece algo inverosímil? Por norma general, cuando uno estudia cualquier materia se cansa y tiene un tiempo en el que no quiere ni escuchar hablar de ello. Sin embargo, con la Torá eso no sucede. No les digo que no haya días en los que, como les decía, el instinto del mal me sugiere que dedique mi tiempo a otras cosas y les confieso que no siempre gano la batalla. Muchas veces me dejo llevar por el cansancio y termino haciendo cualquier otra cosa en lugar de leer algo que reconforta a mi alma. Pero Hashem es misericordioso y nos entiende. Él sabe que no es fácil y espero que perdone estos “deslices”.

 

De todas formas, lo que sí es cierto es que cuando consigo sobreponerme y comienzo a navegar por las páginas de los libros de Torá, siento que mi alma se reconforta al igual que un día de enero mi alma brincó de entusiasmo al recibir su primera clase de Torá de labios de un rabino. Es imposible describir esta emoción pero estoy segura de que sabrán disculpar que no consiga explicar aquello para lo que no hay palabras. Es más, estoy segura de que muchos de ustedes saben perfectamente a lo que me refiero. Todo aquel que ama la Torá entenderá de qué estoy hablando, ¿cierto?

 

 

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