¿Vamos de compras?

La elegancia de esos trajes de chaqueta y falda por debajo de la rodilla permitían ver a la mujer como una persona inteligente y preparada...

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Tali Mandel

Posteado en 08.11.21

Gucci, Versace, Chanel… no importa la marca que uno elija para vestir, tanto da que la haya comprado en el rastro, lo que importa realmente es vestir con decencia.

 

Desde nuestra más tierna infancia tendemos a juzgar a los demás, nos ha pasado a todos, no se apuren. El aspecto físico tiene importancia en el mundo en el que vivimos, es una realidad y no una opinión. Queramos o no nuestra apariencia es lo primero que los demás ven de nosotros y está en nuestra mano causar una buena impresión.

 

Es muy común escuchar comentarios en todos los lugares del mundo sobre la apariencia de los demás, sobre la ropa que usan o sobre cuántas veces van al salón de belleza a lo largo del mes. Quién no ha observado con envidia cómo una compañera de trabajo llega con un último modelo a la oficina o a una fiesta. -¡Mira, ese vestido cuesta 1.000 dólares! ¡Es taaan bonito! ¡Ojalá pudiera permitírmelo! ¡Qué escote tan bonito tiene! Este sentimiento de “querer y no poder” se enquista en la mente y nos hace infravalorar nuestro pobre traje de 200 dólares, además de que estamos admirando todos por igual la figura que deja al descubierto el exiguo vestido.

 

Menos mal que estas preocupaciones ya no lo son tanto, puesto que me preocupa más que la falda que lleve tape mis rodillas a que sea de marca. Este precepto de vestir con recato no aplica solamente a los judíos sino que también los noájidas deben hacer el esfuerzo de vestir con cierta decencia. Mostrar más de lo necesario no es recomendable en ninguno de los aspectos de nuestra vida; ni que decir tiene que en el tema de la vestimenta es un punto primordial que debemos tener en cuenta. Enseñar más de lo que permite la modestia resulta vulgar y barato. Nadie aprecia lo que está al alcance de todo el mundo y, además, es un gran favor el que se le hace a los demás no enseñando ciertas partes del cuerpo.

 

Hace tiempo, antes de vestir con recato, me fijaba más en las marcas (aunque nunca gasté grandes cantidades de dinero en ropa cara) y en lo bien que me hiciera lucir la prenda de ropa que elegía cada día. Una vez que me di cuenta de la importancia de cubrir mi cuerpo, el primer requisito al ir de compras se convirtió en que fueran prendas que tuvieran recato. Y no fue una tarea fácil: encontraba faldas que llegaban apenas al límite permitido, vestidos que por unos centímetros no cumplían con el largo necesario o camisetas demasiado cortas. Pero, como todo en esta vida es cuestión de práctica, mi ojo fue poco a poco entrenándose para reconocer los lugares en los que podía encontrar ropa apropiada.

 

He aprendido a valorar y respetar la impresión que causa en los demás la vestimenta que uno lleve como parte de la vida diaria. Y, además, debo confesarles que cuando comencé a vestir con recato me preocupaba lo que los demás dijeran de mí por usar manga por debajo del codo en verano, por ejemplo, o no llevar pantalones. Pero comencé a observar qué mujeres vestían con recato en las oficinas: mientras más alta era su posición en la empresa más modestia mostraban en su vestir. Me di cuenta de la elegancia de esos trajes de chaqueta y falda por debajo de la rodilla, que permitían ver a la mujer como una persona inteligente y preparada en lugar de como un florero que enseña sus “encantos” a todo el mundo.

 

Las pasiones y sentimientos que levanta la falta de modestia en el vestir tienen un alcance que no logramos comprender. A la mujer o el hombre que incurre en esta falta, le supone una degradación moral y la mujer o el hombre que observa estas personas cometen faltas al tener pensamientos lascivos. Por lo tanto, al vestir con recato nos hacemos un favor no solamente a nosotros mismos sino también a los que nos rodean.

 

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