Cómo Confrontar la Envidia

Hace mucho tiempo, existió un gran Sabio llamado Josué, que era una de las personalidades más grandes y sabias de su generación, pero era muy feo...

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Rabino Shalom Arush

Posteado en 06.04.21

La Fe y los Rasgos del Carácter – La Envidia #1:

 
Hace mucho tiempo, existió un gran Sabio llamado Josué, que era una de las personalidades más grandes y sabias de su generación, pero era muy feo…
 
 
Hay que saber que la Supervisión del Creador sobre cada criatura es totalmente precisa hasta en el más pequeño detalle, exactamente según su propia alma, sus previas reencarnaciones, y según el cumplimiento de su misión sobre la Tierra. Está bien entendido que existen infinitos detalles que distinguen a un hombre de otro; cada persona es única, tiene su propio objetivo, su propia corrección del alma, y no se parece a ninguna otra. Cada uno de nosotros tiene su propio sendero particular en la vida y debe seguirlo con fe, sin mirar a los demás, y con mayor razón, sin envidiar a nadie.
 
¡Vive según tu finalidad!
 
Toda la envidia que el hombre experimenta en este mundo, debe estimularlo a comprender qué alejado está de su auténtica finalidad. Si se examinara, vería que todas sus aspiraciones conciernen a lo mundano, arrastrándolo a querer siempre más, y envidiar lo que pertenece a su prójimo. El éxito de otro le hace daño en el corazón. Envidia el coche de su vecino, su apartamento, su dinero, su inteligencia, etc. Una mujer está celosa de la belleza de otra, de sus vestidos, etc. La causa de todo eso es la falta de fe. Quien posee la fe es feliz con lo que tiene en la vida, jamás envidia lo que pertenece a otro y nunca se entristece por sus faltas, pues sabe que cada uno tiene su propia misión y su propia prueba.
 
Tomemos  por  ejemplo  a  una  persona  que  tiene  una incapacidad física, también debe creer que este es su estado de perfección, es decir que el Creador considera que solamente así podrá llegar a su corrección espiritual.
 
Este hombre, si posee fe, considerará siempre su finalidad, y así su situación no le molestará, apenará o debilitará su seguridad en sí mismo. Él tampoco envidiará a aquellos sanos de cuerpo. Él merecerá alcanzar altos niveles con todas sus limitaciones, y verá con sus propios ojos cómo ellas fueron un factor esencial en su éxito.
 
Otro ejemplo: un hombre cuya prueba es la fealdad, debe creer que esa misma es su perfección, pues el Creador ha visto que no podría alcanzar de otro modo su corrección y perfección en este mundo. Podremos entender eso mediante una historia que aconteció unos 2000 años atrás – la historia del gran Sabio y la hija del César:
 
Hace mucho tiempo, existió un gran Sabio llamado Josué, que era una de las personalidades más grandes y sabias de su generación, pero era muy feo.
 
Cierta vez paso junto a él la hija del Emperador, y al verlo, se acercó y le preguntó despreciativamente: “¿Cómo puede tal magnífica sabiduría residir en un recipiente tan feo?”, pues no podía comprender tal contradicción.
 
Sonrió el Sabio y luego le preguntó: “Dime por favor, ¿cómo tu padre, el gran César, almacena sus mejores vinos?”. “Qué pregunta tan rara, ¡en tinajas de terracota, por supuesto!”, contestó ella. El Sabio le dijo asombrado: “¿Pero cómo?… ¿No es ridículo que el Emperador Romano, el hombre más rico del mundo, almacene su vino en simples recipientes de barro?
¡Dile a tu padre que ponga su vino en honorables recipientes de oro, como es adecuado!”.
 
La hija del César estuvo de acuerdo, y ordenó transferir el mejor vino de su padre a tinajas del oro más puro.
 
Después de un tiempo, el César pidió un vaso de su vino favorito. El vino estaba completamente ácido. El César convocó a su maestro real de vino y exigió una explicación. “¡Su Majestad”, contestó apabullado el maestro de vino, “la princesa ordenó que transfiriera todo su mejor vino a tinajas de oro!”.
El César llamó a su hija y exigió una explicación.
 
¡”No es mi culpa, padre!”, lloró, “¡Josué el Sabio me dijo que lo haga!”.
 
Las  guardias  del  Emperador  aprendieron  al Sabio y lo trajeron al tribunal real. Serenamente, el gran Sabio le contó al César lo que le dijo su hija y añadió: “Su Majestad, le respondí a su hija según su propio punto de vista. A ella no le gustan los envases feos, pero así como el vino se conserva sólo en un feo recipiente de barro, y se deteriora cuando se lo coloca en un lujoso recipiente de oro, así también la sabiduría reside en mí por mérito de mi fealdad. Si yo fuera hermoso ella no podría existir en mí, pues me enorgullecería y la olvidaría”.
 
A la luz de esta historia aprendemos que el “defecto” de Josué, el gran Sabio, era necesario para que pudiera alcanzar su perfección. Puesto que él poseía la fe, sabía que no había ningún error en la Supervisión Divina, y que sólo a través de su fealdad podría alcanzar su finalidad y corrección. Por lo tanto, su apariencia antiestética no le molestaba para cumplir su misión con alegría y determinación, y mereció en efecto ser un gran personaje en su tiempo.
 
Si Josué el Sabio no hubiera poseído la fe y hubiera estado celoso de la gente hermosa, gastando su tiempo en la búsqueda de la perfección física, se hubiera transformado en un amargado y frustrado individuo, perdiendo así la oportunidad de perfeccionar su alma, por algo secundario e insignificante.
 
 
Continuará…
 

(Extraído del libro "En el Jardín de la Fe" por Rabi Shalom Arush, Director de las Instituciones "Jut Shel Jésed" – "Hilo de Bondad")

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