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Hay momentos que marcan un hito en la vida. Recuerdo por ejemplo el día que le conté a mi madre que me iba a convertir al judaísmo...

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Tali Mandel

Posteado en 04.04.21

 Todos hemos tenido en algún momento de nuestra vida la necesidad de comunicar una decisión importante a la familia. Entre esos momentos memorables cuento con mucho cariño, y aún con extrañeza, el día que le conté a mi madre que me iba a convertir al judaísmo.

 

Yo vivía lejos de mi familia, a varios cientos de kilómetros, pero trataba de visitarles cada uno o dos meses. En una de las ocasiones en que fui a verles, estando en el comienzo de mis clases de conversión ya empezaba a pensar que era hora de que le hablara a mi familia esta importante noticia y, aunque la decisión ya estaba tomada, por así decirlo, no quería decírselo por teléfono sino que prefería hablarlo tranquilamente, cara a cara. Ese año, la festividad de Pesaj coincidió con unas vacaciones especiales y me tomé unos días para pasarlos en casa con mi familia. Aunque aún no observaba todas las leyes de kashrut, ya sabía de la importancia de no comer pan leudado en Pesaj. Así que fui a la tienda kasher y me costó un buen rato encontrar la caja con lo que me pareció una especie de crackers enormes, las matzot o pan sin leudar. Lo empaqueté con el resto de mi equipaje y lo llevé a mi pueblo natal.

 

Mi familia era parcialmente ajena a los cambios que estaba haciendo en mi vida. Sabían que estaba aprendiendo hebreo y que había viajado a Israel, un viaje que me marcó mucho y cuya impresión en mi vida personal le transmití a mi círculo de amigos más cercano y a mi familia, por supuesto. Pero mis hermanos y mi madre no sabían que mis intenciones eran convertirme en parte del pueblo judío, si ese era el designio de HaShem. En esas estaba, pensando para mis adentros cómo abordar el tema, cuando llegó la hora del almuerzo y saqué mis matzot para comer. Mi madre, mirándome con cara de curiosidad, me preguntó ¿por qué comes el pan de los judíos? ¡Y yo no pude hacer otra cosa que quedarme boquiabierta! He de aclarar que en mi familia no se sabía nada de judaísmo antes de que yo comenzara a hablarles de él, o al menos eso había pensado. Solamente sabíamos del holocausto por las películas y teníamos conciencia de que siempre había sido un pueblo perseguido sin saber muy bien el motivo de tanta crueldad. Pero de ahí a distinguir el pan de Pesaj, que ni siquiera yo pude diferenciar en la tienda a pesar de tenerlo frente a las narices, me dejó con la boca abierta.

 

Entonces, empecé a explicarle que estaba asistiendo a clases para la conversión y que mi intención era llegar a ser judía. Me resulta difícil explicar este sentimiento porque es una mezcla entre todo lo que me parecía nuevo y diferente a lo que había hecho a lo largo de mi vida y la sensación de ser ya parte de este pueblo y aprender todo “de nuevo”, no como si fuera la primera vez. Cuando le expliqué a mi familia que mi deseo era pertenecer al pueblo de Israel no lo acogieron ni bien ni mal… me dijeron que si eso era lo que yo quería hacer en mi vida y creía que iba a ser feliz con ello, entonces para ellos también estaba bien. Para mí era mucho más que eso, no me parecía que fuera una decisión que estaba tomando de forma personal sino que era la dirección natural de mi vida. Todas las circunstancias confluyeron de manera que encontré el judaísmo o más bien ¡él me encontró a mí! Así que era el siguiente paso que quería dar en mi vida. Por supuesto, surgieron miles de preguntas que intenté contestar lo mejor que pude y hasta donde llegaban mis conocimientos en ese entonces. A día de hoy, aún me siguen preguntando y me da mucho gusto poder contestarles desde la experiencia de haber completado la conversión, vivir una vida judía y además disfrutar del regalo de vivir en Israel.

 

Aún no sé, ni creo que sepa nunca, cómo mi madre se dio cuenta de que la matzá es el pan sin leudar que comemos en Pesaj. Intenté interrogarla al respecto pero me dijo simplemente que lo habría visto en algún sitio, cosa muy difícil si tenemos en cuenta que en mi pueblo y en el círculo de conocidos de mi familia no hay ningún otro judío más que yo. El alma recuerda aunque nuestro cuerpo olvide, Di-s bendito nos deja recordar unas breves pinceladas de otras vidas para que nos encaminemos en esta. De esa forma, podemos aceptar de forma natural cambios tan drásticos como la conversión de una hija católica a una forma de vida que conoces solamente a través de películas y que de pronto se materializa delante de tus ojos.

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