Descubriendo la Emuná

La historia del Rabino Shalom Arush. Cómo fue que se acercó a Hashem y descubrió la emuná?

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Rabino Shalom Arush

Posteado en 05.04.21

Extraído y editado de las charlas del Rabino Arush por Rab Yonatán D. Galed

 
La historia de vida del Rab Shalom Árush, Parte 1:
 
Mi vida es una historia sobre el descubrimiento de la Emuná. Aunque mi procedencia y detalles biográficos pueden parecer bastante lejanos de los de ustedes pronto verán que aun tenemos mucho en común. ¿Cómo es que puedo hacer tal declaración? Muy simple – ustedes son mis hermanos y hermanas. No hay que tener un doctorado en genealogía para entender que compartir el mismo padre nos hace hermanos y hermanas. Ustedes y yo tenemos el mismo Padre – nuestro amoroso Padre en el Cielo. Tan pronto como descubrimos este hecho importante, podemos vivir en verdadera paz – no sólo con nosotros mismos, también el uno con el otro.
 
Para poder encontrar a nuestro Padre Celestial, se necesita Emuná. La Emuná es la pura, simple, y firme fe en el Creador del Universo. Cuanto más crees en Él, más Él se te revela
 
Estoy seguro que esto te parece un poco extraño. La lógica dice: “Primero muéstrame al Creador, y luego yo creeré en Él”. En realidad, yo “desafié” a Di-s de este mismo modo hace casi cuarenta años. Buscaba algunas serias respuestas en la vida que nadie podía darme. Levanté mis ojos hacia el Cielo y le pregunté a Di-s si realmente existe o no. Él sabía que yo sinceramente buscaba la verdad, entonces Él no vaciló la contestación. Déjenme contarles sobre esto:
 
Los primeros años
 
Nací en una familia judía tradicional en Bnei Malal, Marruecos. Mis padres eran muy religiosos, pero yo fui educado en una escuela francesa secular llamada "Aliáns" (“Alianza”). Yo tenía la tradición judía a todo mi alrededor, pero prefería ir a la playa en Casablanca que asistir a una plegaria diaria en la sinagoga. Parecía como si el mundo secular me estaba atrayendo como un imán, y yo lo disfrutaba.
 
Tenía doce años cuando toda mi familia, mis padres y hermanos, abandonamos nuestra vieja casa en Marruecos, e inmigramos a Israel.
 
Como estudiante de la escuela secundaria, en la atmósfera muy secular de una escuela secundaria pública israelí, la religión y yo simplemente nos despedimos. Yo tenía otras cosas mucho más emocionantes de hacer en mi opinión. En 1970, me incorporé a las Fuerzas de Defensa de Israel (Tzáha”l), como paramédico aéreo  en la elite Unidad de Rescate de la Fuerza Aérea, la Unidad (militar) 386, que es conocida hoy como la renombrada División 669 de la Fuerza Aérea.
 
 
 
Participé en docenas de espeluznantes misiones que incluyen el rescate de pilotos derribado tras las líneas enemigas en la Guerra de Yom Kipúr de 1973. Varias veces, yo fui el paramédico del equipo de helicóptero que voló con el Ministro de Defensa Israelí Moshe Dayan. Tomé mi trabajo en serio, y hasta aprendí a realizar cirugías  de campaña por medio de prácticas sobre cadáveres en el Instituto Israelí de Patología y Medicina Jurídica de Abu Kabir, cerca de Yáfo. Yo ya me había acostumbrado al manejo de cadáveres y mutilados de todo tipo por las  tantas situaciones espantosas de la guerra. Mis compañeros y yo nos transformamos en “duros”, como una clase de mecanismo de defensa para impedir volvernos locos. Hablábamos a los cadáveres como si estuviéramos bromeando con ellos. En realidad, la broma estaba en mí, como ya veremos más adelante.
 
La universidad
 
Después de la Guerra de Yom Kipúr, fui liberado de mi servicio militar. Soñé con ser aceptado en la Facultad de Medicina, pero mis notas en humanidades no eran bastante altas. En Israel, hay poca posibilidad de entrar a la Facultad de Medicina si todas tus notas no son óptimas. Pero mis notas altas en matemáticas y ciencias tanto como mi perfil personal eran justamente lo que necesitaba para ser aceptado en la Escuela de Medicina en Canadá. Pero, obviamente Di-s tenía otros planes para mí; una herida que recibí en el servicio militar de reserva era Su modo de impedirme viajar a Canadá. En aquel momento me sentí profundamente decepcionado. Hoy mirando hacia atrás, es obvio que mi herida era un regalo Divino para hacerme quedar aquí en Israel, como entenderán más adelante.
 
Fui aceptado a la Universidad de Tel-Aviv donde comencé a estudiar economía y contabilidad. Cuando terminó mi primer año de estudios superiores, me sentí en el pico del mundo. Tenía mi propio coche, lo que era a principios de los años 70 un signo de estatus fenomenal para un joven israelí. Tenía éxito en los estudios, era carismático, ambicioso, bien parecido y perseguido. La vida realmente parecía de color de rosa…
 
El Telegrama
 
Un mensajero de la oficina de correos llamó a la puerta de mi habitación estudiantil con un telegrama: Cinco de mis mejores amigos – camaradas de armas de mi vieja unidad militar – habían en un terrible accidente de caída de helicóptero mientras todavía estaban en servicio activo. Por aquel entonces yo estaba concentrado en mí mismo, preocupado por sobresalir en la universidad y pasarla bien socialmente. Por lo tanto, no invertí  demasiado pensamiento sobre el significado de aquellos cinco entierros, a los cuales a tuve que asistir en sucesión, uno tras otro. En realidad, aquellos entierros eran una buena oportunidad de encontrarse con mis viejos compañeros del ejército, aquellos que aún están vivos, más que cualquier otra cosa.
 
Mirando hacia atrás, mi vida en esos tiempos era surrealista. Con respecto a los difuntos, había una interrupción entre cada entierro de modo que los amigos comunes pudieran asistir a cada uno de ellos. Pero, durante una de las interrupciones, mis compañeros y yo fuimos a un restaurante oriental en Yáfo. Ni mencionamos a los difuntos. Sólo hablamos del menú, nuestras propias vidas y de pasar buenos ratos. En esos días me gustaba el arte, entonces después de la comida, fuimos a una exposición de pinturas surrealistas en una cercana galería de arte en Tel-Aviv. Entierros, restaurantes orientales, galerías de arte – seguramente esto parece extraño para ustedes pero es sólo un pequeño ejemplo del retorcido concepto  de vida de “vivir el momento, y al diablo el mañana” que hemos vivido.
 
Yo debería haberme mirado en el espejo – yo era mucho más surrealista que las pinturas que vi en aquella galería. Pero, yo estaba abúlico hacía ya mucho tiempo. Pronto, mi alma me recordó que todavía estaba vivo, en lo más profundo de mi ser.
 
Una vez que los cinco entierros terminaron y mis amigos y yo tomamos nuestras distintas direcciones, me encontré de repente muy solo. No más compañerismo, sólo profundas, fastidiosas e inquisidoras preguntas. Comencé a pensar en los cinco entierros. Sentí un remordimiento profundo – éstos eran mis camaradas de armas, habíamos estado juntos en peligro de vida. Habíamos dormido, comido, reído, llorado, sudado y sangrado juntos. Pasamos tanto por el proverbial infierno como por las aguas profundas juntos…
 
 
Continuará…

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