40 Días en el Kotel

Frente a las antiguas piedras del Muro Occidental, Guila dio rienda suelta a sus sentimientos. Lloró, imploró, suplicó. La Guila que volvió no era la misma que la que había ido…

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S. Efrati

Posteado en 05.04.21

Frente a las antiguas piedras del Muro Occidental, Guila dio rienda suelta a sus sentimientos. Lloró, imploró, suplicó. La Guila que volvió no era la misma que la que había ido…

 
La fuerza de los cuarenta días
 
Guila subió al autobús, que estaba repleto de gente. “No importa”, pensó. “Hasta que llegue el próximo, puede pasar otra media hora. Mejor que suba ahora, así puedo volver temprano”. Pagó el boleto y fue avanzando hacia el interior. Todos los días lo mismo. Siempre el autobús lleno. Siempre agotada a esta hora del día. Pero la voluntad era lo que le daba fuerzas. La voluntad, la determinación, la perseverancia. Y también la soledad. Esa soledad imposible de soportar…
 
Guila se aproximaba a una edad en la que encontrar pareja no es cosa tan fácil. La primera vez había sido todo tan fácil, tan previsible. Se había casado muy joven y gracias a Di-s había formado una familia que la había llenado de satisfacción. Pero desde que su marido falleció, Guila se sentía sola, abandonada, sin nadie que le ofreciera apoyo, sin nadie que le dijera una palabra de aliento, sin nadie que le diera una mano o le aliviara la carga que ahora le resultaba tan pero tan pesada…
 
Un día, charlando con una amiga, Guila llegó a la conclusión de que tenía que hacer algo al respecto. No podía seguir así. La amiga le propuso que probara la segulá de orar cuarenta días en el Kotel, en el Muro de los Lamentos, pidiéndole a Di-s que le enviara un compañero. Guila se sintió reconfortada. Por lo menos iba a hacer el intento. El resto estaba en Sus manos…
 
Frente a las antiguas piedras, Guila dio rienda suelta a sus sentimientos. Lloró, imploró, suplicó. Rogó compasión. Pidió clemencia. Se desahogó, volcó en su plegaria todo lo que tenía en el corazón.  Una hora entera habló con Di-s  -de la soledad, de sus hijos, que necesitaban un padre, del futuro, de sus sueños. Después dijo el Tikún HaKlalí y tomó el autobús de regreso a casa. Pero la Guila que volvió no era la misma que la que había ido. Ahora se sentía liberada, relajada, con una sensación de calma interior que no había sentido mucho, mucho tiempo…
 
Así pasaron cuarenta días. Días de lluvia, días de sol; días de semana y Shabatot; días súper atareados y días más tranquilos; días en los que estaba cansada y días en los que gracias a Di-s se sentía llena de fuerzas. Cuarenta días llegó al Kotel, cuarenta días consecutivos. Al cumplirse los cuarenta días, Guila sintió que había hecho su parte. Ahora Di-s haría la Suya.
 
Guila esperó a ver qué pasaba. Pasó una semana, pasaron dos. Nada. No pasó nada. Guila decidió no perder la calma. Su amiga le sugirió que empezara otros cuarenta días. ¿Qué podía perder? A veces hay que insistir más que otras…
 
Otros cuarenta días. Otra vez dejar a los niños con la babysitter por dos horas. Otra vez apostarse todos los días en la parada del autobús a la hora indicada. Otra vez la esperanza. Otra vez todo desde el principio.
 
Uno, dos, tres, diez, veinte, treinta. Cuarenta. Cuarenta días. Cuarenta días de rezos, de plegaria junto a su Creador. Guila sintió que el hecho mismo de ir al Kotel todos los días para hablar con Él le estaba dando aquello que tanto le hacía falta, esa calma interior, esa sensación de estar conectada con Él. No podía negar que se sentía mucho mejor.
 
 Pero su pareja no llegó.
 
Esta vez Guila casi sucumbió a la desesperación. ¿Acaso estaba destinada a vivir sola durante el resto de su vida? Guila sintió que ya no tenía fuerzas…. Y sin embargo, había algo en su corazón que no le dejaba bajar los brazos. No. Tenía que hacer la prueba otra vez. Sí o sí. “La desesperación no existe”, se acordó de la enseñanza de Rabi Najman. “¡Adelante, no te des por vencida!”, se dijo a sí misma.
 
Al cabo de cuarenta días más, Guila sintió que algo había cambiado dentro de ella. Su confianza en Di-s era total, inquebrantable. Fuerte como una roca. Ahora estaba absolutamente convencida de que Él no le iba a fallar. No le podía fallar. Durante ciento veinte días había hablado con Él a solas, sin interrupciones, sin barreras. Sentía que estaba completamente unida a Él, que era parte de Él, y que Él la iba a guiar por el mejor camino.
 
Esa misma semana conoció a quien sería su futuro marido.
 
Más tarde, charlando con él, se dio cuenta de que los primeros cuarenta días en el Kotel no habían sido en vano, porque precisamente el día en que culminó los primeros cuarenta días, él logró finalmente tomar la decisión y separarse de su pareja, una mujer con graves problemas mentales con la que había mantenido una relación muy turbulenta que lo había herido mucho emocionalmente. Al cabo de los segundos cuarenta días en el Kotel, él había decidido hacer Teshuvá, es decir tomar el camino del Creador y vivir según la Torá y sus Preceptos. Y al cabo de los terceros cuarenta días, la había conocido a ella.
 
Ninguna plegaria es en vano. Cada vez que hablamos con Di-s, cada vez que Le pedimos algo, estamos agregando una moneda más a nuestra “cuenta de ahorro”. Di-s quiere que seamos pacientes.  Mientras tanto, Él va arreglando las piezas del rompecabezas de la mejor forma posible. Y cuando nuestra cuenta de ahorro esté llena, la salvación que tanto esperamos no tardará en llegar…

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