La salvación perfecta
En la época de Januca, cinco personas tomaron las riendas y vencieron al ejército griego! Esa fue una salvación perfecta en nuestro mundo.
Januca tiene dos clases de salvación y en cierta forma es incluso más grande que el éxodo de Egipto. En Egipto teníamos un general – Moshe Rabenu, pero él en ningún momento nos dijo: “Judíos, den media vuelta, ataquen a los egipcios y mátenlos a todos”. Y aunque sí lo hubiera hecho, nuestro triunfo no habría sido tan milagroso, porque éramos millones. En la época de Januca, cinco personas tomaron las riendas y vencieron al ejército griego! Esa fue una salvación perfecta en nuestro mundo. Eso a nivel físico. Sin embargo, lo que también reveló aquella salvación fue que todo depende de cuánto uno se alienta y se fortalece a sí mismo espiritualmente. Porque por aquel entonces estábamos muy lejos. Los griegos le habían ocasionado un terrible daño al pueblo judío. Todos se habían vuelto helenistas. Era imposible vivir en la ciudad. Los judíos que querían observar el Shabat y la circuncisión tenían que ocultarse en cuevas. Fue una época terrible.
Ese fue el momento en el que empezó a registrarse la historia. La historia empieza con los griegos. Todo lo que sucedió en Persia con anterioridad se denomina en la historia “el Mundo Antiguo” y no se conocen muchos datos de aquella época. Los principales registros históricos comienzan con los griegos y los romanos. Hasta el día de hoy los no judíos afirman que ellos son los descendientes y los continuadores de los romanos. Y lo que debería haber sucedido al comienzo de la historia del mundo era que el pueblo judío se desintegrara y luego desaparecido. ¿Cómo era posible que tuviéramos fuerza? Estábamos acabados. Los no judíos habían penetrado en el Templo Sagrado. Antes, la Torá había brillado en todo su resplandor, pero entonces llegaron los griegos con su poderío físico y su falso honor y anularon el honor de la Torá. El mundo habría quedado desolado. Así debería haber sido… en teoría, Dios no lo permita!
Pero entonces Hashem nos dio este milagro – el milagro de Januca, que fue el más grande milagro que jamás haya existido, tanto física como espiritualmente. En medio de la oscuridad, cuando Klal Israel casi había desaparecido (había poca gente viviendo en cuevas, como lo que sucedió después del Holocausto)– había unos pocos judíos tratando de volver al judaísmo. Fue una época terrible.
Incluso hoy en día podemos ver esta misma situación, cada uno en su vida individual. Uno ve todas las veces que ha caído, y todos los defectos que tiene, y pasa una época muy difícil… Demasiado difícil, imposible de soportar. No logra estudiar; se siente lejos de la Torá, lejos de tener tranquilidad mental. Se siente falto de motivación; no abre los libros del Rebe, no hay nada que lo eleve y no tiene fuerza para orar. Y así sigue la vida. Y para colmo, suceden cosas que le causan aflicción; necesita ganar dinero; están los problemas cotidianos y el caos general que lo desalienta y lo abruma. Ha caído tan lejos que casi se queda en el suelo y no ve la forma de levantarse y darse aliento.
Entonces Hashem hizo este milagro. Volvimos al Templo Sagrado y teníamos que encender la Menorá. La verdad es que podrían haberla encendido con aceite impuro, porque se permite la impureza cuando toda la congregación está impura, pero necesitaban un solo milagro que inspirara al pueblo a regresar al Templo Sagrado. ¡Porque estaban todos ocupados jugando al fútbol! No tenían emuná. Como cuando quieres revelarle grandes cosas al mundo pero la gente está demasiado quebrantada como para oírlas. Pero cuando encendieron la Menorá, sucedió este milagro, cuando encontraron una jarrita de aceite puro. Al principio la gente seguramente pensó: “¿Y qué? ¿Qué tiene de especial?”. Pero entonces se enteraron al día siguiente que todavía estaba ardiendo. ¿Qué era esto? ¡Realmente seguía ardiendo! La gente empezó a ir corriendo al Beit Hamikdash para verlo. Miles de personas vinieron y se pusieron a llorar ante Hashem. “¡Aba! Ahora sabemos que realmente nos amas. Nos estás purificando, en medio de nuestra impureza!".
Encontraron una pequeña jarrita de aceite –ese es el Rebe, los Tzadikim. La luz de la Torá es una jarrita que hace brillar sobre nosotros el temor a Hashem. Si una persona dice: “Pero yo no quiero solamente una jarrita; ¡yo quiero todo un bidón!”, entonces no obtiene nada. Toma la pequeña jarrita que el Rebe hace brillar sobre ti, que es la conciencia de que Hashem está junto a ti, la conciencia de que eres buena persona, de que estás sirviendo a Hashem. Tus mitzvot suben al cielo y Le causan gran deleite a Hashem. Esto es un poquito de aceite puro. Es verdad que quieres más. Paciencia. Por ahora, disfruta de la dulzura de la Torá y de hablar con Hashem. Sé feliz, pues la Gloria de Hashem está sobre ti, junto a ti. Date aliento con esto y levántate. Feliz Januca!
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