Lo que aprendí en Australia

En comparación con los israelíes, los australianos viven sin preocupaciones. Andan sin temor por los parques sin guardias de seguridad que chequeen...

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Yehudit Channen

Posteado en 17.03.21

Mi marido y yo pasamos las vacaciones de Pesaj en Australia. Nuestro hijo Menajem es Rabino en la comunidad de Melbourne, un bello suburbio que cuenta con una vibrante comunidad judía.

 

No obstante, los judíos son una minoría.

 

Hace mucho tiempo que no iba a un lugar así y obviamente me sentía un poco incómoda manifestando nuestra obvia “judeidad”. Incluso escuché que un niño le preguntaba a su madre: “Por qué esos chicos llevan gorras negras?” y ella respondiéndole: “Porque son judíos”.

 

Quiero decirles algo. Cuando estoy entre no judíos me cuido mucho más de cómo me comporto que acá en Israel. Supongo que en mi subconsciente sé que si a alguien no le gusta algo de mí en Israel, no lo va a atribuir a mi condición de judía. Por eso allá me importa tanto la impresión que doy.

 

Me acuerdo que hace algunos años, cuando Menajem todavía vivía en Sidney, nos llevó a todos al zoológico. Cuando estábamos al lado de los gorilas, los gorilas bebés empezaron a pelearse. Yo, ansiosa por que mis nietos vieran el espectáculo, me ubiqué justo enfrente de la jaula, para que los tres niños vieran de cerca.

 

Después de que nos fuimos de allí, mi nuera, que ella misma es israelí, me dijo que algunas personas habían comentado mi falta de modales. ¡Me sentí terrible! En Israel el que no se mueve al frente es un “fraier” tonto, y en Israel ser un tonto es una grave falta. Significa que uno es un fracasado, un inútil, alguien del que todos se aprovechan. En la cultura israelí es un estigma tan negativo que la gente hace lo imposible por evitar dar la impresión de ser un tonto. Cuando alguien siente que el otro se está aprovechando de él, le dice: “¿Qué te piensas? ¿Que soy un “frier” (tonto)?”.

 

Los judíos siempre han sido las víctimas de las demás culturas y religiones. Han sido robados, saqueados, ridiculizados y abusados de todas las formas posibles. Son sobrevivientes con la mentalidad que acompaña esta actitud. mentalidad que acompaña esta actitud. Y entonces llega el desafío: ¿cuándo empujo y cuándo suelto y recurro a mi emuná en que Dios me va a dar lo que necesite cuando lo necesite?

 

Y si no obtengo lo que “necesito”, ¿de veras lo “necesito”?

 

En Australia, un país que vive relajado hasta el punto de que sus propios ciudadanos se describen como el pueblo más holgazán, un país enorme y bellísimo y que se jacta de una muy baja tasa criminal, no hay necesidad de constantemente ponerse a la defensiva. No hay necesidad de tocar la bocina como un maníaco (¿para qué apurarte?) ni necesidad de empujar para subir al autobús (la mayoría va en automóvil) ni necesidad de empujar el carrito de tu vecino fuera de tu camino (los pasillos del súper son amplísimos y la gente no acostumbra dejarlos tirados en el medio del camino). Nadie está nervioso. Nadie grita. Nadie habla casi.

 

Los negocios y los centros de compras cierran a las seis de la tarde. No hay una necesidad desesperante de ganarse la vida y la competencia se canaliza a través del deporte.

 

Es fácil parar a un australiano y pedirle que te indique el camino. Ellos te responden con instrucciones detalladas y una gran sonrisa en el rostro. Y cuando les das las gracias te dicen: “No te preocupes”.

 

Yo creo que eso lo resume todo. En comparación con los israelíes, ellos no tienen preocupaciones. Se mueven sin temor por los parques y por los centros comerciales, sin guardias de seguridad que chequeen los bolsos y las carteras. No hay detectores de metales ni puntos de control, ni soldados, ni rifles.

 

¿Acaso nosotros también podemos vivir acá en Israel como si no tuviéramos ninguna preocupación? Si yo tuviera una emuná perfecta en que voy a conseguir un asiento en el autobús, ¿empujaría para adelantarme o esperaría con paciencia? ¿Acaso soy una “fraier”  -tonta- si no discuto con el taxista que me está cobrando de más? ¿Tengo malos modales si me meto entre dos mujeres que están rezando para estar cerca del Muro de los Lamentos después de veinte minutos esperando la oportunidad de tocar las piedras sagradas?

 

Tengo que pensarlo. Tal vez cada caso tenga que considerarse por separado. Hay una época para cada cosa. Un momento para empujar y un momento para esperar con paciencia. Un momento para luchar y un momento para aceptar. Lo principal es tener presente lo que es apropiado y lo que es digno de alabanza. Si bien soy consciente de los australianos mirándome en el zoológico, hay Alguien Más que está mirándome desde arriba. A mis nietos australianos se les enseña a comportarse (especialmente estando en público) de una manera tal que traiga honra al Rey. De mí no se espera menos.

 

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