Mi religión y yo

Yo tenía cinco años cuando decidí que ser judío no era lo mejor del mundo. Hasta ese momento, nunca había visto un arbolito de Navidad...

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Yehudit Channen

Posteado en 16.03.21

 

Yo tenía cinco años cuando decidí que ser judío no era lo mejor del mundo. Hasta ese momento, nunca había visto un arbolito de Navidad. Embelesada por el brillo de las fulgurantes pelotitas y los adornos escarchados, y las cintas de oropel dispuestas sobre las ramas, yo no podía creer que los cristianos tuvieran árboles como esos dentro de la casa!

 

Lo que más me gustaba era la escena del pesebre debajo, como una especie de exposición exótica debajo del árbol.

 

¿Cómo podía un simple candelabro de bronce compararse a algo semejante?

 

Cuando llegó la Pascua, los niños gentiles recibían marshmallows con chocolate y se pasaban toda la mañana buscando huevos de colores que habían teñido la noche anterior, para que sus padres pudieran ocultarlos. Nosotros, los niños judíos, nos quedábamos sentados durante horas a la mesa leyendo una aburrida Hagadá y comiendo matzá. Si tú fueras básicamente laico, ¿qué religión elegirías?

 

Después de que nos mudamos a Scaggsville, más adentro todavía de Maryland, ser judío se volvió no sólo aburrido sino incluso desagradable. Obviamente no asistíamos a ninguna de las iglesias locales, lo cual automáticamente nos separaba del resto de la comunidad. El hecho de que mi padre viajara en auto a Washington D.C. cada mañana para ir al trabajo nos hacía todavía más diferentes del resto, porque todos los otros padres trabajaban por la zona.

 

En la época de Navidad, cuando el coro de la escuela practicaba los villancicos, yo me quedaba en el aula junto con otra alumna que era adventista del séptimo día. La maestra nos dijo en tono cortante que debíamos buscarnos otra escuela si no íbamos a participar y me dejó bien en claro que los judíos no eran de su simpatía. Yo era la única alumna judía en toda la escuela.

 

Mi hermano, que iba a la escuela secundaria, era asediado con frecuencia pero no le decía nada a mi padre. Yo, siendo mujer, solamente tenía que soportar frases como por ejemplo “¿Dónde dejaste los cuernos?” o “¡Ustedes mataron a nuestro salvador!”.

 

Los viernes a la noche íbamos en auto a un banco donde se realizaban los rezos en el sótano. Después, la señora del Rabino hacía el Kidush, nosotros comíamos algunas masitas y volvíamos a casa. Ese era nuestro Shabat.

 

Los gentiles tenían su Shabat los domingos. Después de la iglesia, se reunían con la familia a comer todos juntos todo tipo de manjares en grandes balcones y jugaban al golf de miniatura o a la pelota atada.

 

¿Cómo mi religión podía siquiera competir con la riqueza que parecía ser el cristianismo? Los domingos yo me quedaba sola así que cuando estábamos en sexto grado, acepté una invitación de ir con mi amiga a la iglesia. A mis padres no les dije nada, porque sabía que mi papá se iba a enojar mucho e iba a decir algo feo en idish…

 

Yo fui tras Luanne cuando entró al gran edificio de madera que adentro era oscuro y frío. Yo estaba muy nerviosa. Sabía que no tenía que estar ahí. Mantuve la cabeza gacha con los ojos fijos en el suelo de piedra gris. Cuando finalmente alcé la vista, vi una enorme estatua de mármol de ya saben quién clavado a ya saben qué. Él me miró desde allá arriba con una expresión de aflicción. No estaba feliz de verme. “Esto es un ídolo!”, pensé horrorizada. “¡Tengo prohibido mirarlo!”.

 

 

Entonces me di vuelta y salí corriendo, mortificada de haber cometido un pecado semejante.

 

Volví a casa, con el secreto bien adentro, un secreto que mantuve durante muchos años.

 

Dos años más tarde volvimos a Silver Spring. Todavía no disfrutaba de mi judaísmo pero para el caso ya no me interesaba ninguna religión. Corría la década del sesenta y simulábamos ser todos iguales. Era la era de Acuario y todos los hippies le estaban dando una oportunidad a la paz. Y una segunda oportunidad. Hasta el día de hoy siguen esperando y la verdad es que les deseo todo lo mejor.

 

Mientras tanto, estoy muy ocupada viviendo una vida judía en la Tierra Santa.

 

Y no hay nada que pueda comparársele si bien llegó de sorpresa. El judaísmo en el que crecí no incluía la parte más divertida, la pasión ni la noción de un Dios personal mío.

 

Al ver a mis hijos y mis nietos deleitarse con los disfraces de Purim, acampar afuera en Sucot en la sucá que ellos mismos ayudaron a construir o buscar el Afikoman por toda la casa, doy tanto las gracias de ellos tengan lo que yo nunca tuve! Y que para ellos no haya nada más apasionante que ser judío!

 

 

 

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1. María S

3/04/2019

Una linda historia

Me quedé impresionada al leer el sentir de la autora…cómo con cuánta sinceridad y franqueza nos comparte su experiencia, lo que vivió y lo que ahora vive. Me pareció transportarme en el tiempo, a mi propia niñez y adolescencia, las cuales, por otras causas, transcurrieron también sin festividades… ¡Gracias! ¡Que sigas feliz adorando abiertamente a tu Dios en el ambiente agradable que Él te ha proporcionado! ¡Que la bendición del Creador esté sobre ti y sobre tu familia!

2. María S

3/04/2019

Me quedé impresionada al leer el sentir de la autora…cómo con cuánta sinceridad y franqueza nos comparte su experiencia, lo que vivió y lo que ahora vive. Me pareció transportarme en el tiempo, a mi propia niñez y adolescencia, las cuales, por otras causas, transcurrieron también sin festividades… ¡Gracias! ¡Que sigas feliz adorando abiertamente a tu Dios en el ambiente agradable que Él te ha proporcionado! ¡Que la bendición del Creador esté sobre ti y sobre tu familia!

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