El precio de un insulto

Hasta dónde llega el precio de un insulto? El Rabino Shalom Arush explica la gravedad del tema y la solución...

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Rabino Shalom Arush

Posteado en 16.03.21

Hay una historia muy conocida de una institución educativa que tenía de cocinera a una señora viuda. La institución le dejaba llevarse a casa la comida que sobraba cada día. Un día, uno de los alumnos pidió una doble porción de hamburguesa, a lo que ella respondió: “Lo siento, pero ya se las comieron todas”.

 

El joven respondió con insolencia: “¡Ah, sí, usted dice que no queda nada para que pueda llevárselo todo a su casa!”. La cocinera se ofendió mucho y sintió un tremendo dolor. Y juró delante de todos los alumnos que estaban presentes en el comedor de la escuela que nunca más iba a llevarse ni siquiera una miga a casa. El alumno siguió burlándose de ella e imitando sus gestos, pero ella no le prestó atención.

 

Transcurrieron días, meses y años. Quince años más tarde, aquel joven se encontró con uno de sus ex compañeros que iba por la calle acompañado de sus preciosos hijos. El compañero le preguntó cuántos hijos tenía él.

 

Este joven, el que había insultado a la cocinera, respondió: “Con la ayuda de Hashem, algún día tendré la bendición de tener hijos, cuando Él así lo decida”. Obviamente, su compañero sintió vergüenza y se lamentó de haberle hecho esa pregunta. Al final se despidieron y cada uno siguió su camino.

 

Después de dar varios pasos, el compañero se acordó del episodio de la cocinera y pensó para sí: “Es posible que, Dios no lo permita, esa sea la razón por la que mi amigo todavía no haya tenido hijos….”. Enseguida volvió corriendo a buscar a su ex compañero, para decirle lo que se le había ocurrido.

 

El joven se negó a aceptar la sugerencia. “¿De qué estás hablando?”, le dijo: “¿Qué tiene que ver una cosa con la otra?”. Pero su ex compañero no se dio por vencido e insistió. Al final decidieron ir a ver al Steipler, de bendita memoria, a preguntarle su opinión. Escribieron la pregunta en un papel y se lo pasaron al venerable sabio. Cuando este leyó la pregunta, se estremeció y rugió como un león: “¿Cómo es posible? ¿Cómo es posible? ¡Por supuesto que esa es la razón!”. El joven se puso a llorar como un bebé. De inmediato averiguó la dirección de la viuda y fue a pedirle perdón.

 

Golpeó a la puerta: “¿Me reconoce?”, preguntó.

 

“Por supuesto que te reconozco”, respondió ella.

 

“Vine a pedirle perdón”, dijo él.

 

“Jamás te perdonaré”, dijo ella. “Por tu culpa, mis diez hijos sufrieron todos estos años. No puedo perdonarte”.

 

El joven le suplicó, pero en vano. Ella dijo: “No voy a ser una tonta y perdonarte. No puedo perdonarte”.

 

El joven no podía soportar la angustia. Decidió buscar el consejo de varias personas que conocían a la viuda para ver cómo aplacar su enojo. Ellos le dijeron que uno de los hijos de ella tenía problemas con sus estudios. Enseguida él volvió a verla y le ofreció darle clases a su hijo. Además, iba a dedicar varias horas a la semana a darles clases a sus otros hijos para ayudarlos a pasar el difícil examen de matriculación. Entonces ella estuvo dispuesta a perdonarlo. Poco después él tuvo hijos.

 

Quién sabe si la viuda, en un momento de humillación delante de todos, no había pronunciado en voz baja alguna maldición contra el joven? La Torá nos advierte que no debemos causarle aflicción a las viudas, porque Hashem siempre escucha su clamor (véase Éxodo 22:21).

 

Yo conozco que ha sufrido terriblemente, incluso después de haberse arrepentido. No me refiero a simplemente decir “me arrepiento” sino a horas y horas de plegaria personal y de estudio, etc. Pero a pesar de todo siguen sufriendo terriblemente. En ese momento no supe qué decirles. Pero ahora que me dedico a investigar el tema de las mitzvot entre el hombre y su prójimo, veo todo el tiempo que esta clase de transgresiones son la raíz de muchos problemas en la vida, por no decir de todos.

 

¿Para qué ir tan lejos? Ahora estamos contando el Omer, que es cuando 24.000 alumnos de Rabí Akiva murieron en una horrible plaga. La Guemará nos dice cuál fue la causa de aquellas muertes: “que no se respetaban los unos a los otros como se debe”. O sea que todo su estudio de la Torá perdió la capacidad de protegerlos desde el momento en que ellos no cumplieron con las mitzvot entre el hombre y su prójimo. Esta es una lección para toda la posteridad. Ahora es el momento de fortalecernos en esta área.

 

No olvidemos que el Segundo Templo de Jerusalén fue destruido a causa de sinat jinam, el odio infundado. Cada uno de nosotros debe fortalecerse en este aspecto y tratar a nuestro prójimo con el debido respeto y consideración y entonces estaremos agregando otro ladrillo más a la construcción del Santo Templo, que sea reconstruido muy pronto en nuestros días. Amén!

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