Fuera del valle de las sombras

Yo me crié en una familia que valoraba el matrimonio, la fidelidad y la creencia en Dios. Pero jamás me enseñaron a cuidarme para que no se aprovecharan de mí.

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Rajel Hartglick

Posteado en 04.04.21

Una historia de oscuridad y redención

 

Hace poco tuve el privilegio de asistir a la boda de los hijos de rebes jasídicos. Estas celebraciones están repletas de kedushá (santidad). Siempre la simjá – la alegría- y la kedushá –la santidad– van de la mano. Son tan jóvenes, los novios. Tan emocionados y tan esperanzados por el futuro, tan llenos de buenos deseos de sus familias, amigos y todos los jasídicos que se reunieron a desearles un buen comienzo en su vida conjunta.

 

Sin embargo, después de cada una de estas bodas me quedé con una punzante sensación de haberme perdido algo. Ojalá yo también hubiera tenido la oportunidad de empezar mi propia vida de casada con tanta pureza y santidad.

 

Recuerdo lo que me estaba pasando cuando tenía la edad de ellos. Yo me crié en una familia que valoraba el matrimonio, la fidelidad y la creencia en Dios.  Pero jamás me enseñaron en forma explícita a protegerme para que los demás no se aprovecharan de mí. Mis padres nunca me dijeron que todo contacto físico entre los sexos opuestos debe reservarse únicamente para el matrimonio. Y yo era tan, pero tan ingenua….

 

Es verdad, por más devastador que haya sido, siempre podría haber sido peor. Podría haber sido un asqueroso vagabundo que me escribía cartas en la clase de escritura creativa. Podría haber sido uno de los machistas de la facultad o más tarde, podría haber sido uno de los arrogantes abogados en el estudio jurídico. ¿Acaso yo iba a tener suficiente sentido común como para saber que a ellos no les importaba en lo más mínimo de mí?  Quién sabe… la verdad es que no me parece. Al final fue alguien a quien yo admiraba y respetaba mucho. Alguien mucho mayor que yo, y que tenía un puesto de autoridad en mi vida. Alguien que jamás me habría hecho daño o me habría dicho que hiciera algo indebido (¿no es cierto?).

 

No obstante, al principio tuve mis dudas. Le pedí a Dios que por favor no estuviera haciendo algo prohibido. Pero las malas decisiones tienden a ir perdiendo control e ir cobrando vida propia. Hoy me hago responsable de cada uno de mis actos incluso si en ese momento yo era una persona totalmente inexperimentada, ciega y confundida.

 

Una década más tarde, sin ninguna autoestima o autovaloración, gradualmente me fui dando cuenta de dónde estaba parada, si bien muy lentamente y con gran dificultad. Me di cuenta de que estaba siendo rechazada y dejada a un lado. Llegó el turno de que otra acaparara toda la atención y todo el tiempo de él. Interminables llamadas por teléfono. Un viaje a las Bahamas.

 

¿Y yo?  ¡Qué tremendo dolor tenía en el corazón! Me quedé aferrándome a un sueño incumplido, que había sido enterrado en lo más recóndito de mi corazón, cubierto de baldes enteros de lágrimas y dolorosos recuerdos que recién más tarde salieron nuevamente a la superficie para acosarme. Recuerdos de los hijos que podrían haber sido, de la vida que soñé con tener: quería ser esposa; quería ser madre.

 

Pensé en la forma más fácil de aliviarme del tremendo dolor  pena que eran mis únicos compañeros, día y noche. Desde la ventana de mi departamento se veía uno de los grandes puentes de Londres y yo a menudo pensaba en ir al puente hasta el medio y tirarme al río. Pero en lugar de eso, continué con mi tremenda tristeza y mi profunda pena, yendo todos los días al trabajo con la cara por el suelo.

 

¿Acaso sonreí alguna vez durante todos esos años? No recuerdo algo así. Sentía que estaba colgando de una larga soga, colgada de la nada, sin ningún lugar adonde ir. Estaba tan deprimida y tan descorazonada que ni siquiera se me ocurría que las cosas pudieran mejorar alguna vez.

 

Pero Hashem, con Su infinita bondad y compasión, me hizo pasar pr pruebas todavía más difíciles. Al atender a una mujer con una enfermedad terminal aprendí la fragilidad de la vida. Y si bien mi propio dolor permaneció enterrado en mi corazón, por lo menos no tenía mucho tiempo para pensar en eso. No tenía con quién compartir mis problemas ni mis experiencias pasadas. Me sentía totalmente sola, rechazada y despreciable.

 

Con el paso de los años las cosas siguieron igual. En mi auto llevaba una botellita de cianuro de potasio que había tomado de un estante en un laboratorio. A veces la sacaba y me ponía a pensar exactamente cómo terminar con esta angustia en la forma menos obvia. Y entonces, otra vez gracias a la compasión de Hashem, empecé a estudiar temas de judaísmo y una primavera, mientras limpiaba el auto para Pesaj, tiré la botellita de cianuro a la basura.

 

Lentamente me empecé a dar cuenta de que todavía tenía esperanza. Decidí hacerme responsable de mis propios comportamientos tanto pasados como futuros. Fue un viaje muy largo y muy doloroso. Hizo falta otra década más hasta que me di cuenta de que si me aferraba a mi sueño incumplido, no tenía futuro. Un sueño que varios años antes se había transformado en una pesadilla cada vez peor. A esa altura, decidí no echarle la culpa más a nadie. También empecé a darme cuenta de que mi comportamiento les causaba muchísimo dolor a mis familiares.

 

¿Por qué tardé tanto tiempo en entrar en razón? En la universidad había sido la primera en otro. No podía alegar que tenía problemas de comprensión. Y aun así me pregunto a mí misma: ¿cómo pude haber sido tan ingenua y tan estúpida durante tanto tiempo? A esta altura, la respuesta ya ni me interesa. Es verdad que quedan cicatrices. Pero lo que más me importa es que Hashem me sacó ade una situación tremendamente peligrosa, igual que sacó a Israel de Egipto, y me hizo pasar por un desierto árido lleno de pruebas difíciles, y finalmente me trajo a la Tierra Santa, a una vida de belleza y de kedushá.

 

No obstante, es posible que la respuesta pueda serle útil a alguna otra mujer, para que no cometa el mismo error que yo. Y si mis experiencias pueden ayudar a que otra persona caiga en la misma trampa, y sea víctima del abuso de otros, entonces todo mi dolor y mi sufrimiento habrán valido la pena.

 

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1. Cristina Carvajales

4/09/2021

2. Sandra

9/13/2016

Viví la misma experiencia

Hola. Pasé por una situación similar y ahora pido a Hashem que me de una nueva oportunidad.

3. Anónimo

9/13/2016

Hola. Pasé por una situación similar y ahora pido a Hashem que me de una nueva oportunidad.

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