La luz de la verdad

Dos conversaciones dispares, ambas basadas en una distorsión de los hechos. Quizás Janucá sea el momento...  

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Yael Karni

Posteado en 18.12.22

Recientemente he escuchado por casualidad dos conversaciones; digo “escuchado por casualidad” porque me esforcé mucho por no escuchar a escondidas, pero las conversaciones eran tan ruidosas que era imposible no oírlas. Los temas eran absolutamente opuestos entre sí, pero ambos eran fascinantes por la misma razón: contenían distorsiones de la verdad.

Conversación nº 1

La primera conversación que escuché tuvo lugar entre una madre y una hija judías y dos hombres judíos de unos 20 años que, obviamente, eran conocidos de la familia. El meollo de la conversación era que uno de los jóvenes intentaba convencer a los demás de que tomar una determinada sustancia ilegal no perjudicaría a nadie, a menos, claro está, que uno ya fuera mentalmente inestable. La hija argumentó lo contrario, dando ejemplos de personas que habían sucumbido a la catástrofe del abuso de drogas. Aparte de sentir una profunda tristeza por la prevalencia del consumo de drogas entre los judíos, lo sorprendente era cómo podemos decirnos a nosotros mismos semejantes falsedades y creérnoslas como si la fueran la verdad absoluta.

¿Por qué la gente se droga? No soy en absoluto una experta en la materia, pero recuerdo que hace unos 20 años estaba con algunos compañeros de trabajo y surgió el tema del consumo de drogas, que parecía ser una actividad común incluso en aquella época. En ese momento, les pregunté por qué se drogaban.  Bueno, es como tomar alcohol, ya sabes, para relajarse. ¿No se puede ser feliz o estar contento sin tomar nada? les pregunté. La respuesta fue el silencio. Ni siquiera se lo habían preguntado. Para ellos, era obvio que la felicidad era algo que había que ingerir, no algo a lo que se pudiera acceder internamente.

Conversación nº 2

La segunda conversación tuvo lugar entre un grupo de jóvenes no judíos y parecía haber un “líder de grupo”.  Al principio pensé que tal vez se estaban formando en orientación psicológica, porque la conversación parecía muy introspectiva, hasta que el “líder del grupo” mencionó a Dios y a la iglesia. Oh, pensé, esto va a ser interesante [no esperaba oír nada verdadero según la Torá, ¡pero qué equivocada que estaba!] El líder del grupo les estaba hablando a los demás de su relación con Dios y de cómo a veces nuestra relación con nuestros padres es indicativa de nuestra relación con Dios.  Si no tenemos una relación profunda con nuestros padres [por ejemplo, ¿puedes hablar con tus padres de algo realmente significativo o la conversación es siempre sobre cosas superficiales, como lo que sale en la tele, la ropa, el deporte, el trabajo, etc.], es más difícil desarrollar una relación profunda con Dios.  Vale decir, Dios, es nuestro Padre y Madre espiritualmente y nuestros padres son la manifestación física de esa realidad espiritual y deberían ser el canal natural para acceder a Dios. La otra cosa que dijo fue que en la medida en que juzguemos con dureza a los demás, también seremos juzgados con dureza por Dios, “medida por medida” [¡palabras del líder del grupo!].

Fue algo extraordinario escucharlo, porque se acercaba mucho a la visión de la Torá y lo que decía era verdaderamente sabio.  Sin embargo, con el telón de fondo de una fe que cree en “un hijo de…” se convierte en otra distorsión [sin entrar en todas las demás diferencias].  Aunque hemos vivido épocas muy difíciles como judíos a lo largo de nuestra diáspora, se puede ver en esta conversación cómo la Torá ha impregnado las culturas con las que hemos entrado en contacto, que es uno de los propósitos de nuestro exilio actual.

Rabi Najman dice que nada en el mundo es accidental, y que todo lo que le sucede a una persona es por una razón, así que por alguna razón yo tenía que escuchar estas dos conversaciones.

En estos días festejamos Jánuca, la fiesta de las luces, cuando el pueblo judío estaba tan seducido por el sistema de valores griego, que parecía muy esclarecedor en ese momento, pero en última instancia casi nos llevó a nuestra desaparición espiritual. Hasta cierto punto, seguimos estando bajo esta misma influencia.

Quizás sea el momento de contemplar nuestras propias vidas y ver si tenemos una relación con Hashem o, si sentimos que tenemos una relación, y si es profunda.

Quizá sea también el momento de darnos cuenta de que la verdad no adulterada sobre quiénes somos, nuestro propósito y los misterios de la creación no están ahí fuera, en las otras culturas, sino muy cerca de nosotros mismos. La Torá “no está oculta para ti y no está distante… Más bien para realizarla”.  La Torá está muy cerca de ti: en tu boca y en tu corazón.

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