Sacudiéndonos el Polvo

Era jueves; nada había aún en casa para el Shabat. Mi mamá esperaba ese pequeño dinero, con el que podía comprar algo de harina y amasar jalot para honrar el Shabat, y...

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Daniel Domb

Posteado en 17.03.21

Era jueves; nada había aún en casa para el Shabat. Mi mamá esperaba ese pequeño dinero, con el que podía comprar algo de harina y amasar jalot para honrar el Shabat, y el pescado, la cebada para el cholent, las papas…

Sacudiéndonos el polvo

Y prometió Yaacov… diciendo: si estará  Di-s conmigo y me cuidase en este camino que yo recorro y me diese pan para comer y ropa para vestir. Y volviese en paz a la casa de mi padre… Génesis XXVIII – 21.

Yaacov pide protección antes que bendición. Los cohanim imploran bendición y luego protección "Te bendiga Di-s y te proteja" (Bamidbar 6 – 24). La llave para entender la diferencia es "en este camino que yo recorro".

Yaacov es despojado de todo y delante de él acechan los peligros del camino hacia la construcción de su hogar. Hacía falta de todo, empezando por lo elemental: pan y ropa. ¡Cuánto hay que rogar a Di-s!, ¡cuídame por favor! Que el esfuerzo por alimento y abrigo no me arrastre a una guerra ciega sin escrúpulos, esos "escrúpulos" -honestidad y ética- que dan brillo a mi "tselem", a mi divina imagen y semejanza; todo lo que aprendí en las Yeshivot de Shem y Ever. Recién después, pide Yaacov pan, vestido, paz… y "la casa de mi padre" con la que no puedo, no debo ni quiero cortar el vínculo.

Había una vez…

Tenía yo ocho años, cuando mamá me mandó por ese exiguo dinero, la subvención mensual de la Yeshivá, en total sesenta Grushim de entonces…

Era jueves; nada había aún en casa para el Shabat. Mi mamá esperaba ese pequeño dinero, con el que podía comprar algo de harina y amasar jalot para honrar el Shabat, y el pescado, la cebada para el cholent, las papas…

En verdad, papá siempre dudaba entre aceptarlo o no, porque no quería tener provecho de la corona de la Torá. Sin embargo, sabiendo de la terrible necesidad de la casa, no se opuso cuando ese jueves, un genuino día de invierno del Yerushalaim de principio de siglo, mamá me envió a la oficina de la Yeshivá a retirar el dinero para las necesidades del Shabat, de las que aún no había ni vestigio de poder afrontarlas.

Cumplí la misión y, volviendo del jeder, en el Talmud Torá de la Jurba de Rabi Yehuda Hasid, en la Ir atika (ciudad vieja de Jerusalén), me dirigí a la oficina y deslicé dentro de mi bolsillo los 60 grushim que mamá estaba esperando. Ese día, ante el advenimiento de Jánuca, había un acto en el Talmud Torá que se prolongó hasta altas horas de la noche. Con el entusiasmo de la fiesta, entusiasmo de niño, me olvidé totalmente del dinero, de los jalot, y de mamá que esperaba mi llegada para alcanzar a encontrar algún almacén abierto y comprar dos kilos de harina.

Cuando volví, cerca de medianoche, la casa estaba sumida en la oscuridad. Mamá ya se había acostado, frustrada su ilusión, luego de horas de vano esperar. Los almacenes cerrados hacía rato que dormían en la profundidad de la noche. De todas maneras, era imposible preparar los panes ese día. "Por lo menos que traiga el dinero… mañana es viernes… hay almacenes, que abren muy temprano y entonces, al alba, saldré a comprar la harina… que puedo hacer… un chico es un chico… se olvidó… lo importante es que tenemos ese dinero" seguramente diría mamá. Cuando entre a casa, papá se disponía a levantarse, como era su costumbre, para Tikun Jatsot (rezo especial por la ausencia del Beit Hamikash). Tambien mamá se levantó, de un salto, a mi encuentro. Parecía que aún no se había dormido, esperando mi regreso o quizá se despertó cuando entre. "Estuve esperando todo el día, Nejumke… te olvidaste de traerme el dinero para la harina… ¿te olvidaste?… ¡Nu!… suele pasar. Me sobresalté como si me picara una serpiente. Me había olvidado de todo, del dinero, de las jalot, de mi mamá esperando hasta consumir sus ojos. Metí las manos temblorosas en el bolsillo de mi pantalón… en otro bolsillo… y otro… Vacié los bolsillos de la chaqueta, y di vuelta los bolsillos de los pantalones para volver a la chaqueta; mi corazón parecía estallar. ¿Y si perdí el dinero…? ¡OY! ¡Qué pensamiento terrible! ¡Qué desgracia para un niño de ocho años, que sabe que dentro de los 60 grushim, estaban escondidos todos los preparativos del Shabat…

El sentimiento de culpa empezó a apoyar sobre mí todo su peso, con su presencia terrorífica para la fantasía de un niño. Busqué y busqué en todos los bolsillos… hasta que en uno encontré "el agujero". Un agujero lo suficientemente grande como para dejar pasar los redondos grushim, sesenta en total. Ninguno se salvó, ni tan solo uno. Esperé lo peor. No me atreví a mirar la cara de mamá a la luz titubeante de la única vela que iluminaba el cuarto descascarado, al lado del pequeño pasillo. Un silencio helado había en el cuarto. Mamá entendió lo que había pasado, aunque no necesité explicar una palabra. Mi mano clavada en el bolsillo y mi cara congelada daban fe, como si fueran cien testigos, sobre lo ocurrido. Me di cuenta de que mamá no me iba a pegar, y quizá ni siquiera a retar… y eso era lo peor. La culpa me asfixiaba; la sensación de culpa de un niño que se imaginaba muy bien las consecuencias de perder los 60 centavos, dinero para comer una semana entera… ¡Cómo explicar mi atolondramiento al dejarme llevar por el entusiasmo de la fiesta y olvidar la casa, el Shabat, y a mi mamá esperando…!

De pronto papá se acercó a mí y con su voz serena rompió el silencio y me susurró: "Desvístete, Nejumke, ya es muy tarde, métete en la cama y cantemos juntos, ¡cantemos, Nejumke! Cantemos ¡Esto es para bien! ¡Gam zo le tova! ¡También esto es para bien! Aún estaba parado, tieso, intentando captar, perplejo, el sentido de sus palabras. Papá me tomó la manito y me llevó a la cama, esperó que me desvistiera y entonces, de repente, empezó a canturrear con convicción emocionada, a la luz danzante de la vela, ¡Gam zo le Tova!, obligándome a acompañarlo, "¡También esto es para bien, Nejumke, También esto es para bien!" Papá derrite el hielo de mis nervios, la depresión paralizante de mi culpa alivia su peso, porque también esto, después de todo, era únicamente para bien. Yo acostado en mi cama, y papá sentado a mi lado. ¡Qué vivencia única y maravillosa!… Hasta hoy me es muy difícil expresarla, describirla. El embrujo de esas pocas palabras lavaron y borraron la culpa… fue para mí nacer de nuevo. Mi papá, que en paz descanse, se fue a Tikun Jatsot… y para mí también fue Tikun Jatsot,… derramé lágrimas pero eran lágrimas especiales, totalmente diferentes. -¡Di la "Shema", Nejumke, y después anda a dormir! La puerta de calle se cerró, papá se había ido pero, las paredes descascaradas, frías, sin calefacción, seguían vibrando en ese ¡Gam zo le Tova!, que hasta hoy me acompaña y orienta en las encrucijadas e incertidumbres de la vida.

De la culpa a la superación, del miedo a la esperanza, de la angustia a la reverencia por la vida y por Quien la prodiga: el Verdadero Di-s que todo lo hace para bien. Pobre, muy pobre era nuestra casa. Había días en que sufríamos, literalmente, el oprobio del hambre. Pero el ¡Gam zo le Tova!, tapizaba la casa. Papá no pudo darnos lujos ni comodidades, pero nos dio lo principal; con esas tres palabras heredamos la verdadera riqueza. Cuando en la Levaiá -el entierro-  escuche a varios, aquí y allá, que comentaban que mi papá, Rabi Shlomo Zalman Z´L, era uno de los treinta y seis Tsadikim Nistarim (justos ocultos), comprendí que los padres testan a los hijos, también desde muy arriba, desde más alto que el mismo sol.

– Adaptado de Emuna 5734 –

Leí por primera vez este relato en México. Eran para mí momentos difíciles. Al terminar la lectura, lloré. Quise compartir la vivencia y la leí en diferentes auditorios de diversos países. Y siempre alguien se emociona cuando escucha un mensaje que nos levanta del polvo de la culpa para que, erguidos, nos encaminemos a la casa de papá, a la que Yaacob rogó regresar.

Y una aclaración: la actitud del papá que levanta del polvo de la culpa es genuina, todo tiempo que Nejumke entiende su falta. Redimirlo sin que medie su arrepentimiento es una actitud más cristiana que judía. Sería rendirnos ante la irreversibilidad de la miseria humana e indultarla porque "no queda otra". "Si crees que puedes arruinar, cree que puedes corregir", decía Rabi Najman de Breslev. Y una vez que intentamos corregir, no nos ensañemos ni con nosotros mismos ni con el prójimo arrepentido. ¡Sacude tu polvo…! ¡Y levántate…!

(Gentileza: www.tora.org.ar)

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