Por dentro y por fuera – Vaieshev

Lejos de ser egoístas respecto a nuestro propio "éxtasis religioso", los judíos comprometidos con la Torá queremos que toda la humanidad comparta esa sublime realidad...

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Rabino David Charlop

Posteado en 04.12.23

Desde la lectura de esta semana hasta el final del libro del Génesis, la Torá se centra en las luchas y conflictos entre Yosef y sus hermanos. La conocida historia siempre capta nuestra imaginación, aunque el desenlace, para muchos, ya es conocido. Pero hay aquí algo desconcertante.

Tras las historias de los tres patriarcas (Abraham, Isaac y Jacob) y las cuatro matriarcas (Sara, Rivka, Rajel y Lea), sólo se hace una pequeña mención de la siguiente generación de mujeres del pueblo judío. Al parecer, el relato se centra casi por completo en los hijos de Jacob. ¿Hay alguna razón posible para este cambio? En segundo lugar, parecería que se habla mucho de los hermanos y de su aparente incapacidad para vivir en armonía. Y surge la pregunta – ¿Por qué se presta tanta atención a este conflicto?

Me gustaría hacer antes una aclaración. Voy a hacer algunas observaciones acerca del papel del hombre y la mujer en el judaísmo. Sería justo afirmar que mi punto de vista es masculino y, posiblemente, no exento de prejuicios.

Empecemos nuestro análisis con una historia. Hay una famosa historia sobre los primeros años del fundador del movimiento jasídico, el Baal Shem Tov. La historia cuenta que el Baal Shem Tov nació al mismo tiempo y en el mismo lugar que otro gran tzadik. Antes de venir al mundo, acordaron (no sé qué significa esto exactamente, pero de todos modos la realidad de los verdaderamente justos escapa a mi comprensión) no molestar a sus respectivas madres llorando. El Baal Shem Tov dijo que solo tuvo un exito parcial ya que no lloraba en presencia de su madre pero era incapaz de contenerse cuando ella salí de la casa. Los vecinos informaban de ello a su madre, lo que la angustiaba. En cambio, el otro niño era capaz de contener las lágrimas en todo momento, lo que le daba más tranquilidad a la madre. El Baal Shem Tov llegó a la conclusión de que, puesto que su amigo era capaz de abstenerse de causar angustia a su madre, había sido bendecido con la suerte de seguir siendo un tzadik oculto. El propio Baal Shem Tov lamentó su destino diciendo que, puesto que acabó causando angustia a su madre, fue “castigado” al ser puesto a la vista del público y, en última instancia, hacerse famoso.

Esta historia jasídica de tipo folclórico tiene, como todas las buenas historias jasídicas, una importante moraleja. La intimidad y la sensación de unión con el Creador es una realidad que refleja una realidad muy sublime que no se alcanza fácilmente. El Baal Shem Tov se lamentaba de su destino, que debido a su llanto sufrió una pérdida, hasta cierto punto, de una conexión privada con Hashem. Sin duda, una conciencia intelectual de Hashem es esencial como base para conectar con la verdad del Creador, pero la relación personal que una persona puede desarrollar con Él trasciende el tiempo y el espacio y no se compara con ningún otro placer de este mundo. Sin embargo, lejos de ser egoístas respecto a nuestro propio “éxtasis religioso”, los judíos comprometidos con la Torá queremos que toda la humanidad comparta esa sublime realidad.

Para compartir e impartir estas verdades al mundo, el pueblo judío necesita dos tipos de conciencias. En primer lugar, aquellas que puedan compartir la conciencia de la unicidad del Creador con el mundo en general. Especialmente en la antigüedad, el paganismo y la idolatría eran rampantes y había una batalla contra la vacuidad de estas ideologías. Por otro lado, era esencial desarrollar y mantener la profunda conexión que sería el corazón y el ancla de la experiencia judía. Sin esta profunda conexión espiritual, las fuentes del pueblo judío se secarían y la belleza interior nunca podría reflejarse en los demás. Estos dos aspectos, el “interior y el exterior” -el mundo privado de conexión espiritual por un lado y la impartición y difusión de la verdad de la Torá al mundo exterior por el otro- son una combinación esencial para que la humanidad reconozca y aprecie la verdad y la belleza de Hashem y Su Torá.

En general, las mujeres del pueblo judío eran las portadoras del fuego interior y la pasión de un vínculo con Hashem. La Torá no menciona a las hijas de Jacob posiblemente porque esta conexión privada no puede y, en cierto modo, no debe mencionarse. Es demasiado personal. Es demasiado valiosa. Quizá por eso la Torá no menciona a la siguiente generación de mujeres después de las matriarcas.

A la inversa, los hijos de Jacob fueron llamados a impartir el mensaje de la unidad de Hashem en el mundo. Pero eso sólo sería posible si había unidad. De lo contrario, ¿cómo van a transmitir la idea de la unidad de Hashem y Su mundo si no hay unidad entre ellos mismos? ¿Cómo pueden mostrar que toda la humanidad es esencial para la perfección final de este mundo si los miembros de su propia familia están excluidos del pueblo judío? Esta podría ser la razón por la que la Torá se explaya sobre las luchas de los hijos de Jacob, ya que su mensaje de unidad y unicidad de Hashem sólo podía impartirse si reflejaban esa verdad dentro de su comunidad. 

En resumen, los mensajes de profunda conexión emocional y espiritual con Hashem personificados por las mujeres judías, junto con el objetivo de vivir una vida de unidad y compartir ese mensaje con el mundo por el que lucharon los hijos de Jacob, es en gran medida el mensaje de esta lectura semanal y de las siguientes.

La conclusión es que tanto los hombres como las mujeres tienen sus propios talentos y dones únicos y son llamados por su Creador a maximizar esos dones. Esta “asociación” es la base de su propia perfección, la del pueblo judío y la del mundo.

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