Janá y sus siete hijos

La Guemará cuenta la conmovedora historia de Janá y sus siete hijos, que prefirieron el martirio antes que acobardarse ante los griegos y los helenistas...

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Posteado en 11.12.23

Nota del editor: Durante Janucá, conmemoramos la victoria macabea sobre los griegos que, dirigidos por el rey Antiojus, profanaron nuestro Templo Sagrado y prohibieron la observancia de nuestra fe sagrada. La Guemará narra la conmovedora historia de Janá y sus siete hijos, que prefirieron el martirio a acobardarse ante los griegos y los helenistas. La siguiente historia se cuenta tradicionalmente en muchas familias durante Janucá.

Antiojus estaba decidido a imponer sus despiadados edictos a los judíos, destruyendo de hecho su apego a la Torá. Prohibió la observancia de todas las leyes religiosas; cualquiera que fuera encontrado con una Torá sería ejecutado; la circuncisión, la comida kosher, el Shabat, todos los vestigios del judaísmo fueron prohibidos. Felipe fue nombrado gobernador de Judea, y se dispuso a hacer cumplir sin piedad los edictos del rey. Decidió comenzar su campaña con el arresto del notable sabio y sumo sacerdote Elazar. Elazar frustró el plan de Felipe eligiendo el martirio en lugar de la sumisión. Poco después, Jana y sus siete hijos fueron arrestados.

Cuando el rey, que regresaba a Antioquía, se enteró de los acontecimientos que estaban teniendo lugar en Jerusalén, decidió tomar parte activa en la aplicación de sus decretos. La madre y sus hijos fueron atados y llevados ante el rey.

Antiojus intentó convencer al mayor de que abandonara la Torá. El joven respondió con gran confianza: “¿Por qué te molestas con este largo discurso, tratando de infligirnos tu abominable religión? Estamos dispuestos a aceptar la muerte por el bien de nuestra sagrada Torá. Adelante, mátanos”.

El rey montó en cólera y ordenó que le cortaran la lengua, las manos y los pies al muchacho y lo arrojaran al fuego. Los soldados procedieron a torturar al niño, obligando a su madre y a sus seis hermanos a contemplar su atroz dolor. Antiojus estaba seguro de que este espectáculo intimidaría a sus prisioneros a que se sometieran sin rechistar.

Sin embargo, el martirio impulsó a la familia a aceptar su destino y a santificar el nombre de Dios. Cuando el segundo hermano fue llevado ante el rey, incluso los miembros del séquito del rey le rogaron al muchacho que obedeciera al rey. El niño, sin embargo, respondió: “Haz lo que quieras conmigo. No soy menos que mi hermano en devoción a Di-s”. La tortura del segundo hijo fue tan amarga como la de su hermano. Al morir, le dijo al rey: “¡Ay de ti, tirano despiadado! Nuestras almas van a Di-s. Y cuando D-s despierte a los muertos y a Sus siervos martirizados, viviremos. Pero tú, tu alma morará en un lugar de aborrecimiento eterno”.

Ante el asombro de todos, el tercer hermano sufrió el mismo destino sin inmutarse. El cuarto hermano se hizo eco de las exhortaciones de sus hermanos y afrontó su brutal muerte con firme decisión. Antes de ser asesinado, el quinto hermano se dirigió a Antiojus y le dijo: “No supongas que Di-s nos ha entregado a ti para exaltarte o porque nos odia. Es porque nos ama y nos ha concedido este honor. Di-s tomará Su venganza de ti y de tu progenie”.

La sed de sangre del rey no se calmó, y el sexto hermano fue llevado al mismo final que sus hermanos que le precedieron. Sus palabras reflejaban su profunda fe en que Di-s acabaría por recompensar el sufrimiento de Sus siervos.

A lo largo de esta horrible secuencia, Janá permaneció junto a sus hijos, dándoles fuerza y aliento. Ahora, sólo quedaba el hijo menor para enfrentarse al rey. Cuando trajeron al niño, el rey le ofreció oro y plata si hacía su voluntad. El niño de siete años mostró el mismo valor que sus hermanos y se burló del rey.

El rey no podía creer tales palabras viniendo de un simple niño, y pidió que le trajeran a Jana. Jana se presentó ante el asesino de sus hijos y escuchó sus palabras. “Mujer, ten compasión de este niño. Persuádelo para que haga mi voluntad, así tendrás al menos un hijo sobreviviente y tú también vivirás”. Ella fingió estar de acuerdo y pidió hablar con su hijo.

Cuando estuvieron juntos, Janá besó al niño y le dijo: “Hijo mío, te he llevado en mi cuerpo durante nueve meses, te he amamantado durante dos años y te he alimentado hasta hoy. Te he enseñado a temer a Di-s y a defender Su Torá. Mira el cielo y la tierra, el mar y la tierra, el fuego, el agua, el viento y toda otra creación. Sabe que todos ellos fueron creados por la palabra de Di-s. Él creó al hombre para que Lo sirva y recompensará al hombre por sus actos. El rey sabe que está condenado ante Di-s. Piensa que si lo convence, Di-s tendrá piedad de él. Di-s controla el aliento de tu vida y puede llevarse tu alma cuando lo desee. Si tan sólo pudiera ver la grandeza de tu glorioso lugar donde seríamos iluminados con la luz de Di-s y nos regocijaríamos juntos”.

Jana volvió al rey diciendo: “No he podido convencerlo”.

El rey, exasperado, se dirigió de nuevo al niño, que le respondió: “¿A quién pretendes dominar con tus palabras y seducciones? Me río de tu estupidez. Yo creo en la Torá y en Dios, a quien tú blasfemas. Seguirás siendo una abominación para toda la humanidad, repugnante y alejado de Di-s”.

El rey se enfureció. Según el Talmud, Antiojus le dio al muchacho la oportunidad de salvarse inclinándose para recuperar su anillo de sello, pero el muchacho se negó. Mientras se lo quitaban, Janá le rogó que lo besara por última vez. Como si hablara a los siete hijos, Jana dijo: “Hijos míos, díngale a nuestro antepasado Abraham: ‘Tú ataste a un solo hijo sobre un altar, pero yo até a siete’“. Entonces Antiojus ordenó que el niño fuera torturado aún más que sus hermanos.

Jana quedó rodeada por los cuerpos mutilados de sus hijos, con una plegaria alaando a Di-s en los labios. Luego, la angustiada mujer se arrojó desde un tejado y descansó eternamente junto a sus hijos martirizados.

(Reimpreso con el amable permiso de www.chabad.org)

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