Derribando muros de ladrillos

Yo tenía lágrimas en los ojos y una sonrisa en el rostro. pero me consolé sabiendo que Aquel que me había salvado la vida en Beirut también era responsable de esto.

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Rabino Lazer Brody

Posteado en 04.04.21

Los huertos que tenía yo en la montaña eran algo bellísimo. Situados en una estratégica cima en Samaria en el antiguo límite de 1967, no sólo que eran de una increíble belleza escénica, sino que también tenían una vista impresionante: en un día despejado, uno podía divisar el Mediterráneo hacia el oeste, el Monte Hermón al norte, y el Monte Guerizim al este. Yo estaba muy orgulloso de mis huertos y los tenía siempre tan meticulosamente podados y cultivados que a los asesores agrícolas tanto israelíes como del extranjero les encantaba venir de visita, haciendo alarde de esta exhibición de agricultura israelí a invitados del extranjero. Yo amaba a mis árboles; los huertos de hoja caduca y el cultivo de  árboles frutales eran una forma muy sana y muy próspera de ganarme la vida. Los árboles, cuando se les brinda el cuidado necesario, dan frutos todos los años. Obviamente siempre existen los consabidos riesgos de plagas, granizo y sequías y no es un trabajo fácil. Sin embargo, yo prefería el cultivo de árboles a los cultivos anuales y el cultivo de verduras. Yo estaba seguro de que iba a cosechar duraznos, ciruelas y nectarinas hasta que la barba (que por ese entonces todavía no tenía) se me pusiera larga y blanca. Pero Hashem tenía otros planes…

 

Habiendo sido dado de baja del ejército tras dos meses de servicio activo durante la Guerra del Líbano de 1982, yo era un baal teshuvá (judío no observante que ahora retorna a sus raíces) tratando de hacerme camino dentro del judaísmo observante. Por esa época todavía no había rabinos ni guías espirituales que ellos mismos fueran baalei teshuvá y que pudieran por ende entender los desafíos que enfrentan los recién llegados al programa. Siendo yo un moshavnik de las colinas de Samaria, estaba bastante solo en mi búsqueda. Los conocimientos que tenía de judaísmo se limitaban a lo que había aprendido en la escuela hebrea conservativa que con tanta alegría había abandonado el día siguiente a mi bar mitzvá. En mi inocente ignorancia, yo confiaba en lo que había aprendido en el ejército respecto a que el que quiere, puede. Habiendo heredado muebles de sinagoga y libros de rezo de segunda mano de mis vecinos religiosos de un pueblito que quedaba a varios kilómetros de distancia, y que habían construido una nueva sinagoga, decidí empezar una sinagoga en mi moshav. Los primeros servicios los tuvimos en Rosh Hashana 5743, a los que asistió prácticamente todo el moshav. Yo pensé que no había ningún problema: simplemente voy a adaptar mi nueva observancia religiosa a mi actual estilo de vida en la granja. No tenía idea de que no sabía prácticamente nada de Torá ni del auténtico judaísmo.

 

Durante todo un año traté de aprender yo solo. La fluencia que tenía en el idioma hebreo me posibilitó devorar varios textos muy rápido, como por ejemplo el Shulján Aruj, que es el Código abreviado de leyes judías. Pero cuando empecé con la  Guemará, fue como si me hubiera dado contra una pared de ladrillos. No entendía una palabra de arameo y no comprendía la dinámica de los debates de la Guemará. Y lo que es peor, cuanto más aprendía Halajá, especialmente las leyes de Shabat, más desafíos encontraba en mi vida de granjero de un moshav laico. Mi conciencia y mi constitución ideológica ya no eran compatibles con sistemas de creencias “suavizadas” y “cómodas” como el modelo conservador con el que me había educado en Norteamérica, y que estaba tan lleno de incoherencia. Ahora tenía que elegir entre ir con el auto a la playa o ir a la sinagoga para los rezos del Shabat a la mañana pero para mí ya no había más ir en auto a la playa después de la sinagoga. Alguno de los dos tenía que ceder. Quería sumergirme de lleno en la Torá  y aprender a ser un judío realmente observante. Sin embargo, amaba con todo mi corazón mi granja y quería seguir en mi rinconcito celestial arriba de la montaña.

 

Hashem me leyó el corazón y decidió por mí.

 

Un año después de la guerra a fines del verano de 1983 y una semana antes de Rosh Hashana de 5744, yo iba bajando por las hileras de ciruelos Golden de mis huertos. Las ciruelas estaban justo a punto para la cosecha. Entonces llamé a la oficina de Tnuva en Haifa y hablé con el encargado de las compras de frutas al por mayor, para informarle que iba a llevarle como quince toneladas de ciruelas Golden durante los dos días siguientes, ya que esa era mi estimación de lo que rendiría la cosecha, que ese año tuvo mucha bendición. El mayorista me dijo así: “Lazer, vas a hacer una fortuna. Nadie tiene ciruelas tan tarde en la temporada y e precio de mayorista previo a las festividades está por las nubes”.

 

Quedé con él en que me iba a encontrar con el equipo de recolección en el huerto a la mañana siguiente. Me levanté una hora antes del alba, fui con mi jeep a los huertos y entonces se me cayó el alma a los pies: todos los cercos estaban tirados al suelo. Habían venido ladrones de Jenín con camionetas Peugeot y con burros a medianoche y me habían despojado de toda la cosecha. Ni siquiera me dejaron una ciruela para el desayuno. Yo sentí que hasta los árboles lloraban, como si los hubieran violado. Había ramas rotas tiradas por todas partes.

 

Más tarde la policía me informó que esa semana los mercados de Jenín estaban llenos de ciruelas Golden. No se podía hacer nada. El ejército no iba a mandar una misión comando para liberar a mis ciruelas…

 

Yo tenía lágrimas en los ojos y una sonrisa en el rostro. No era ningún chiste quedarme sin el sueldo de un año entero, pero me consolé sabiendo que Aquel que me había salvado la vida en 198 también era responsable de esto. Básicamente, mi granja y mis ingresos eran un muro de ladrillos ante mi avance personal en la Torá y mi acercamiento a Hashem. Hashem decidió derribar aquel muro, haciendo que la decisión de irme de la granja y mudarme a Jerusalén fuera mucho más fácil. El resto es historia.

 

Por supuesto que duele cuando esos muros de ladrillos que tenemos son derribados. Pero es que todas esas cosas en las que confiamos nos mantienen lejos de Él. Y a veces Él tiene que derribarlos para podamos ascender más y más. Porque en verdad todo es para bien.

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1. Javier

11/23/2015

Impresionante

Aunque ese muro, sea tu propia familia?

2. Javier

11/23/2015

Aunque ese muro, sea tu propia familia?

3. Karen

11/22/2015

Bellisimo!!!!

Que hermosa historia, gracias por compartir

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