Más que mil palabras

Hubo un tiempo en el que la comunicación se hacía por telegrama y se pagaba por palabras. ¿Y hoy? Hoy nos la pasamos hablando de pavadas...

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Tali Mandel

Posteado en 04.04.21

Pero entonces, ¿lo compro o no lo compro? Es que uno tiene acondicionador incorporado y el otro tiene keratina para fortalecer el pelo… pero ese es más barato… pero es para cabello largo… ¡no sé qué hacer! Y así otros 15 minutos en los que una chica en el supermercado intentaba comprar un simple champú, hablando con alguien que, del otro lado del teléfono y con toda la paciencia, intentaba asesorarla en esta difícil decisión vital.

 

En el autobús, en la cola del supermercado, en el banco… todo el mundo habla por teléfono en cualquier lugar. Hoy en día ya no hay que estar en la privacidad del hogar para contarle a la vecina o a tu amiga que vive en la otra punta del mundo lo primero que se te viene a la mente. Por ello, cualquiera puede escuchar nuestras conversaciones. Además, con el uso de internet la privacidad se está convirtiendo en un mito en desuso. 

 

El precio tan reducido de las llamadas, que muchas veces son gratuitas, hace también que no prestemos atención al tiempo que hablamos por teléfono. Todo esto, contribuye a que nuestras palabras ya no estén medidas. Hubo un tiempo en el que la comunicación se hacía por telegrama y se pagaba por palabras, con lo cual las familias que estaban separadas recibían noticias muy escuetas sobre los últimos acontecimientos importantes. Hemos dado un gran paso hasta el día de hoy, en el que podemos pasar horas hablando de nimiedades. No piensen que estoy en contra del progreso y de los avances tecnológicos, pero quiero que reflexionen sobre la cantidad de cosas sin utilidad ninguna que salen de nuestra boca cada día. ¡Es increíble! Ya no nos paramos a pensar en ello porque parece ser que medir las palabras se ha convertido en cosa del pasado. Pero tenemos que tener en cuenta que hemos sido creados con un poder increíble que transmitimos a través de las palabras. Con ellas podemos construir o destruir e inevitablemente podemos perder horas enteras que podríamos dedicar a algo más constructivo como leer o estudiar.

 

Nuestros sentimientos son delicados y cada persona atraviesa por momentos en su vida en los que, como suele decirse, “los nervios están a flor de piel”. Es en estos días especiales cuando somos más sensibles a lo que los demás nos digan. Y a su vez nosotros también podemos caer en el error de comenzar a hablar sin parar de banalidades y a hacer perder el tiempo a alguien que realmente lo necesita. Esto puede desembocar en una situación desagradable y ofensiva, y nos puede acarrear algún que otro problema. Por ello, es conveniente que siempre midamos nuestras palabras y seamos comprensivos con los demás. No digo que sea fácil, pero digo que es la mejor opción. Ya que no sabemos cuándo otra persona tiene un día un poco especial y tampoco sabemos cuándo vamos a estar nosotros en su lugar, es mejor cortarse un poco y no  malgastar el tiempo en hablar de superficialidades.

 

Debemos ser conscientes de que podemos aprovechar cada palabra que sale de nuestra boca para construir un mundo mejor. Podemos elevar el ánimo de alguien que está un poco decaído, enseñar algo a otra persona valiéndonos de nuestras experiencias, alentar al enfermo, alegrarle el día a alguien. ¿Por qué íbamos a desperdiciar este don que HaShem nos ha dado y que es el que nos hace ser similares a Él hablando de champús? Nuestra inteligencia va mucho más allá de eso… no hay ningún otro ser que tenga la capacidad de comunicarse de forma inteligente en la manera que nosotros lo hacemos, y ese es un regalo maravilloso que HaShem nos ha dado en Su infinita misericordia, así que aprovechémoslo para hacer algo constructivo en lugar de perder el tiempo. 

 

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