La buena pelea

Es difícil imaginar que una pelea pueda ser algo bueno. Sin embargo, a veces, por más que uno trate de evitar la pelea, Hashem lo empuja dentro del ring...

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Tiferet Israel

Posteado en 16.03.21

Es difícil imaginar que una pelea pueda ser algo bueno. Sin embargo, a veces, por más que uno trate de evitar la pelea, Hashem lo empuja dentro del ring. Y a veces hace falta una pelea para formar un lazo más fuerte y descubrir dones y recursos que no sabíamos que teníamos. A veces hace falta una pelea para sanar, destruir para construir una casa mejor, y el caos para alcanzar el orden.

 

Otros cuarenta minutos y empezaba el Shabat. Sandy acababa de abrir el email para enviarle un rápido “Shabat shalom” a una amiga. Estaba de buen humor, riéndose de lo torcidas que le habían salido las jalás torcidas que había horneado.  Pero la risa se le congeló en un instante. Se quedó dura frente a la computadora.

 

Su papá, con quien se había reconectado un tiempo antes, le hablaba con frases breves y condenantes:

 

 

“No seas ingrata”, decía el email. “Si no sabes cómo encarar las cosas así como son, entonces no hay sentido de que esta relación continúe”.

 

El email estaba firmado como siempre, con su firma automática: “Todo lo mejor, Gabriel”. Sandy se había arriesgado a decirle cómo se sentía acerca de algunos temas, incluyendo su firma automática y por qué nunca firmaba “Papá”. Eso le dolía terriblemente.

 

Ahora faltaban solamente cinco minutos hasta Shabat y Sandy no iba a alcanzar a encender las velas. En medio de las lágrimas, ella dijo: “Dios, por favor ayúdame, no quiero estar así. Solamente quiero hacer lo que Tú quieras. Por favor, dame emuná”.

 

Levantándose del suelo, ella se salpicó agua en el rostro, encendió las velas de Shabat, dijo la bendición y cerró los ojos y se paró a rezar.

 

Después fue caminando al Kotel, al Muro de los Lamentos, donde reposó la cabeza sobre las piedras frías y vertió su plegaria ante Hashem. Tenía dos cosas muy claras: una, que Hashem iba a arreglar esto; dos, que ella no tenía que escribirle a su padre sino que tenía que darle tiempo para que Hashem hiciera con él lo que decidiera.

 

Las dos semanas siguientes fueron dos de las semanas más difíciles de toda su vida. Hizo falta muchísima fuerza para no buscar a su padre. Tenía miedo de que si no les escribía, él jamás volvería a contactarse con ella.

 

Cada noche ella leía En el Jardín de los Milagros, y Le daba las gracias a Hashem veinte minutos por la situación que tenía con su padre. Muchas veces terminó llorando otra vez como una beba, ya que todo el dolor del abandono volvía a apoderarse de ella.

 

Dos semanas más tarde, llegó un mail de su padre: “Sandy, mi querida hija, mi corazón me dice que estás enojada conmigo. He hecho introspección y te pido perdón por haberte lastimado. Tenías razón. Yo me equivoqué. Hashem me ha demostrado que te dolió mucho cuando te alejaron de mí. Me he refrenado de recibir el regalo de ser tu padre. Te pido perdón y te pido que empecemos de nuevo. Desde un lugar muy profundo en mi corazón, con todo mi corazón, te ama Papá”.

 

(basado en una historia real – los nombres fueron cambiados para proteger la privacidad de los protagonistas)

 

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