La muela perdida

Él se quedó estupefacto, sin poder entender cómo era posible que sucediera algo semejante...

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Rabino Shalom Arush

Posteado en 14.03.21

 

Uno de mis alumnos me contó que un día fue al mar Mediterráneo junto con sus amigos. Resulta que ese día el mar estaba muy tempestuoso. Los jóvenes nadaban cerca de la playa donde el agua no es profunda, pero debido al estado del mar, de repente llegaron olas enormes que les pasaron por encima. De repente mi alumno sintió que se le salió una muela y que se le cayó al mar. En un primer momento se puso muy nervioso, porque los implantes dentales cuestan muchísimo dinero. Si por lo menos hubiera tenido la muela en las manos, podía ir al dentista a que se la pegue y así se ahorraba un dineral, pero ahora que la muela se había caído al mar, ¿cómo la iba a encontrar? Incluso si el mar no hubiera estado tempestuoso, no iba a poder encontrar una muela tan pequeñita en el lecho marino, y mucho menos con todas las olas que había… Era obvio que había perdido la muela para siempre.

 

Al principio, mi alumno se puso muy triste, pero enseguida se acordó de las clases que habíamos dado sobre el tema de la gratitud y entonces se dijo a sí mismo: “Antes que nada voy a dar las gracias. Yo no entiendo nada. Sólo sé que todo es para bien. Lo que tengo que hacer es someterme a la voluntad de Hashem y aceptar con amor y con sumisión lo que se decretó para mí, porque sin lugar a dudas es para mi propio bien. Por eso ahora voy a dar las gracias”. Y así lo hizo. Empezó a dar las gracias a Hashem por el hecho de que se le había caído la muela. Dio las gracias veinte minutos y de repente el mar se calmó y él se puso a mirar el lecho marino, debajo del agua, y ¿qué ve? ¡La muela tirada ahí mismo frente a sus ojos! Él se quedó estupefacto, sin poder entender cómo era posible que sucediera algo semejante, ya que habían pasado como veinte minutos, y él ya no estaba en el mismo lugar que antes y ni siquiera se acordaba dónde se le había caído la muela, y de repente, ve la muela en  fondo del agua con tanta claridad… Para él eso fue un milagro total, un milagro revelado, porque en realidad no es algo que pueda entenderse por lógica. Sin embargo, al dar las gracias y al aceptar la voluntad de Hashem con absoluto amor, uno se hace merecedor de verdaderos milagros y de prodigios absolutamente sobrenaturales.

 

Lo que dijo Rabí Najman de Breslev (Likutey Moharán 7): “La naturaleza decreta algo y la plegaria modifica la naturaleza” se refiere en forma específica a la gratitud. Porque cuando Rabí Najman se refiere a la plegaria, se refiere a la plegaria con completa emuná, ya que Rabí Najman habla de la plegaria en la lección de la emuná. Vale decir, Rabí Najman está conectando la emuná con la plegaria. Y como yo siempre digo: “La persona que cree, ora”. Y la perfección de la emuná es el agradecimiento, cuando uno vive con la conciencia de la gratitud. Porque si uno no da las gracias, le está faltando la emuná principal, que es que “así Hashem lo dispuso”, y entonces uno no oye a la emuná que le habla y le dice: “Hashem vio que no ibas a poder llegar a lo que tienes que llegar excepto de esta manera…”.

 

Mi alumno relató el milagro en medio de la clase que doy en Shabat y la verdad es que nos costó mucho creer esta historia, pero los amigos de él que habían estado con él en el mar me dijeron: “No se imagina, Rabino. Fue tal cual como nos acaba de contar él; nosotros estábamos a su lado y vimos todo con nuestros propios ojos”.

 

Esa sensación de tristeza que él había tenido al principio es en realidad una falta de emuná en que lo que le había sucedido era lo mejor para él. Y eso se debe a que él se oponía a la decisión de Hashem. Él pensaba que no tendría que haberle sucedido eso y por eso se sentía triste. Pero una vez que se fortaleció en el tema del agradecimiento, en realidad se sometió a la voluntad de Hashem y recobró la emuná. Y entonces, incluso si no hubiera encontrado la muela, su gran salvación habría sido que se salvó de vivir en la falta de emuná y la mentira, que son la fuente de toda aflicción, porque a través de la gratitud uno vive la realidad de que todo es para bien y, en realidad, el milagro fue solamente otra forma más de fortalecer la emuná. Y aunque no le hubiera ocurrido un milagro, de todos modos tendría que haberse alegrado por el hecho de que tuvo el mérito de vivir con emuná y salvarse de la herejía, que quería apoderarse de él bajo el disfraz de la tristeza y la aflicción.

 

¿Por qué cuando uno da las gracias, se salva? ¿Por qué, cuando uno Le da las gracias a Hashem, recibe todas las salvaciones?

 

A lo largo de este libro el lector va a encontrar varias respuestas a estos interrogantes, pero la respuesta principal es que, dado que no hay sufrimiento sin transgresiones previas, cada carencia que sufre el individuo, es porque uno no está cumpliendo con el objetivo de la Creación del mundo y del ser humano, que es lograr la emuná. Vale decir que aquel que sufre alguna carencia tiene que saber que eso está aludiendo a que le falta emuná. Cada carencia que tiene la persona es para que se despierte de su letargo espiritual y fortalezca su emuná.

 

Por lo tanto, cada vez que uno sufre una carencia y da las gracias por ella media hora por día, está demostrando que uno cree con completa emuná que eso  proviene de Hashem y que es para su propio bien, para despertarlo. Y cuando esa persona alcanza la emuná de que todo es para bien, ya no hay más motivos para que sufra de una carencia. Entonces se apodera de esa persona una gran alegría porque sabe que todo lo que hace Hashem es bueno. Al alcanzar la emuná, la conciencia espiritual, ya no hace falta que sufra de ninguna carencia. Esta era solamente producto de la falta de conciencia espiritual. Pero ahora que tiene conciencia espiritual, entonces automáticamente no sufre de ninguna carencia.

 

“Si tienes conciencia espiritual, ¿qué te falta? A la persona que tiene emuná, que es conciencia espiritual, no le falta nada. Así de simple…

 

 

 

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