Los hijos del CD
La historia que sigue la recibimos en la redacción de nuestro sitio web Breslev Israel:
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“¡Mazal tov! ¡Felicidades! El año que viene ¡un hijo varón!”, nos desearon los amigos en la boda, con la esperanza de una próxima ceremonia de circuncisión. La alegría era desbordante – tuvimos el mérito de formar un nuevo hogar en Israel. Un hogar lleno de paz, compañerismo y amor. Pasaron los meses… Pasaron los años… Teníamos todo – excepto un bebé. Esperamos su llegada, quisimos su llegada, oramos por su llegada. Pero no llegó.
Es muy difícil explicarle esto a alguien que no pasó por la misma prueba – lo que se siente, esa sensación de vacío, esa falta… Un día tras otro día de silencio. Y esos días se van transformando en meses y cada mes, otra desilusión más. Meses que se transforman en años.
Nos encerramos dentro de nosotros mismos; no compartimos nuestro dolor con nadie. Empezamos tratamientos muy difíciles. Prácticamente todas las semanas viajábamos a Jerusalén al Muro de los Lamentos a orar, a pedir, a suplicarle a Hashem: “¡Dios mío, por favor Te lo pido, danos un hijo!”.
Una vez fuimos al Muro de los Lamentos muy tarde de noche. Como siempre, yo fui a mi rincón y ella fue al suyo, en la sección de las mujeres. Yo volqué todo mi dolor ante Hashem en mi plegaria y cuando terminé fui a reunirme con mi mujer, con una expresión de melancolía en el rostro.
De repente vi a un jasid Breslev sentado a un costado. El jasid me vio y me dio un CD. Tomé el CD y me fijé en lo que decía en la etiqueta: “Deja de lloriquear y verás milagros”. El jasid no me pidió nada, ni caridad ni dinero por el CD, ni tampoco me dijo nada.
Yo no soy de esa clase de gente que escucha CDs, pero para no ser ingrato, le di las gracias, tomé el CD, le dejé algunas monedas y me fui.
Me reuní con mi mujer y salimos del Muro. Me olvidé por completo del CD. Lo dejé en el auto sin haberlo escuchado. Igualmente el estéreo del auto no funcionaba bien y no siempre podía leer los CDs, así que ni siquiera hice el intento.
Nuestra rutina continuó igual que siempre, hasta que un día, mientras viajábamos en el auto, sintonizamos un programa de radio muy aburrido. Buscamos algo para escuchar, algo un poco más para el alma, más espiritual. Y entonces vimos el CD. Tratamos de ponerlo en estéreo con la esperanza de que funcionara, y he aquí que, como por arte de magia, el CD empezó a sonar.
Y nos cambió la vida…
Ya desde el primer momento comprendimos que esto era algo completamente diferente, algo sagrado, las palabras de Dios. Las palabras que salían del CD lograron penetrar en la mente y en el corazón y llegar a lo más profundo del alma. Un simple CD que cuesta unas pocas monedas logró explicarnos algo que no habíamos llegado a comprender ni siquiera después de haber leído tantos libros y de haber escuchado tantas clases.
Escuchamos el CD una y otra vez, y cada vez comprendimos algo nuevo que no habíamos captado antes. Nos quedamos maravillados con este secreto tan “simple” y milagroso de dar las gracias y dejar de lloriquear. Empezamos a aplicar lo que aprendimos. Poco a poco fuimos adaptando conceptos ya conocidos pero que hasta ahora no habían formado parte de nuestra vida cotidiana –la gratitud, el agradecimiento, la canción– y ellos pasaron a ser parte inseparable de nuestra rutina. Este CD no dejó de sonar en nuestra casa y cada vez que lo escuchamos, nos poníamos a cantar junto con el Rabino.
Por esa época estábamos justo a punto de empezar otra serie más de tratamientos de fertilidad, igual de difíciles que los anteriores, pero esta vez fue diferente. Esta vez estábamos imbuidos de emuná y llenos de gratitud al Creador. Camino al sanatorio, el lugar que antes ocupaban el miedo, la ansiedad, la amargura y la melancolía ahora lo ocupaba la famosa canción: “Ma she haiá, haiá, ha ikar lehatjil mi ha-hatjalá – Lo que pasó, pasó. Lo principal es empezar de nuevo”.
Mi esposa, que es una mujer valiente e intrépida con un cuerpo destrozado por la cantidad de remedios, se puso a cantar, a sonreír y a darle las gracias al Creador. Me quedé pasmado ante su grado de confianza en Hashem, que era contagioso.
Al cabo de nueve meses mi esposa dio a luz a una beba preciosa. Le pusimos de nombre “Hodaiá” (gratitud).
En ese mismo momento decidimos que a nuestros hijos les íbamos a enseñar a dar las gracias por cada cosa.
“David, el Rey de Israel, que es el Redentor, fue elegido para ser el Mashíaj”, dice el Rabino Shalom Arush en este CD tan especial: “¿Por qué? ¿Qué tiene tan de especial? ¡Que David es puro agradecimiento, pura gratitud! Él alcanzó el nivel de canción y gratitud mucho más que cualquier otro, más que todo el mundo. Y por eso fue designado para que fuera el Mashíaj. ¿Qué es lo que él pide de este mundo? ¿Qué es lo que pide del Pueblo de Israel? Todo el que recita Tehilim – Salmos, ¿qué es lo que lee? ¡Cántenle a Hashem! ¡Alaben a Hashem! ¡Denle las gracias!”.
Los milagros no terminaron ahí. A nuestro nido se sumaron dos bebés más, a los que también les pusimos nombres que expresan nuestro agradecimiento al Creador.
Así que, bueno, solamente queríamos dar las gracias.
Gracias al Rabino Shalom Arush, que nos cambió la vida y nos enseñó, y nos sigue enseñando, qué es lo que hay que hacer para ser realmente un ser humano.
Gracias a todas las personas tan queridas que trabajan junto al Rabino en este maravilloso sistema de difusión. Gracias a ustedes tuvimos nuestra salvación. Gracias a ustedes tuvimos a nuestros queridos hijos.
Y gracias a… ¡Hashem! En realidad, no sabemos cómo agradecerle al Creador por toda la bondad que hizo con nosotros, así que digámoslo de la forma más simple: ¡Gracias, querido Papá!
PD: Un pequeño agregado para el final. Una amiga de mi esposa que no sabía de los tratamientos que hacíamos, nos dijo un día: “Qué interesante… Hay personas que tienen ‘hijos de los tratamientos’, pero ustedes tienen ‘hijos del CD’…”.
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