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Tengo ocho años y medio. Vivo en Jerusalén. Soy un niño bueno. Me porto bien...

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Rabino Shalom Arush

Posteado en 29.12.21

Tengo ocho años y medio. Vivo en Jerusalén. Soy un niño bueno. Me porto bien. Yo y otro compañero mío somos los mejores alumnos de toda la clase. Y puede que por eso hay compañeros que me tienen envidia. En los recreos yo siempre me quedaba solo. Pero como soy bien educado, nunca les pego a los demás ni les hago cosas feas y hay algunos que se aprovechan de eso y me pegan.

 

A mí me gusta mucho estudiar Jumash, rezar y participar en la clase, pero no me gustaba ir al colegio por culpa de algunos compañeros que me trataban mal. Les conté eso a mis papás y también al maestro, pero no sirvió. La verdad es que yo no quería todo el tiempo ir a quejarme al maestro. Mi papá me enseñó que no tengo que echarles la culpa a mis compañeros, porque en realidad el que hace todo es Hashem.

 

Mi papá me enseñó a orarle a Hashem, darle las gracias y decirle: “Hashem, veo que Tú quieres que mis compañeros no jueguen conmigo. Yo tengo emuná en que todo es para bien. Y hoy yo sé que Tú eres el único que puede ayudarme. Y aunque no entiendo por qué mis compañeros no juegan conmigo y pienso que no me lo merezco, igualmente yo creo en Ti, Hashem, y sé que todo es para bien. Porque Tú eres Bueno y quieres que me acerque a Ti y que Te pida todo lo que necesito, así que ahora Te pido que me ayudes a que mis compañeros no me lastimen y no me peguen”.

 

Así Le dije a Hashem varias veces, con todo el corazón. Hablé con Hashem y se lo dije. Una vez hablé con mis propias palabras, como me enseñó mi papá, y Le dije así: “Por favor, Hashem, Dios mío, gracias por estos compañeros que me pegan, y así tengo un motivo para hablar contigo y pedirte que me ayudes. Por favor, ayúdame a que mis compañeros no me peguen”. Y entonces Hashem me hizo un milagro y a los pocos días esos compañeros dejaron de pegarme. Al contrario: se hicieron amigos míos y empecé a jugar con ellos.

 

Uno de los milagros que me hizo Hashem fue cuando en nuestra escuela los alumnos empezaron a jugar al tinenti (cinco piedritas)  y entonces Hashem le puso la idea en la cabeza a mi papá de comprarme las cinco piedritas y a los pocos días yo ya era un campeón de tinenti. Hoy soy el mejor alumno de mi clase y vienen niños de otras clases, incluso de cuarto grado o de quinto grado, a jugar conmigo y yo les gano a todos.

 

 

Y así los compañeros que me tenían envidia por ser buen alumno ahora quieren venir a jugar conmigo en los recreos. Hashem me enseñó que cuando oro y Le pido a Él que me ayude, eso me ayuda tanto como ir al maestro o a mis papás y seguro que es mucho mejor que ir a adular a los compañeros que me insultan o me pegan.

 

También quería contarles algo más. Yo vi que se puede pedirle a Hashem incluso cuando uno siente muchísima envidia. El año pasado, cuando estaban ya por terminar las clases, mi maestro dijo que íbamos a hacer una revisión de todo el Jumash que estudiamos ese año. Los alumnos que estudiaron recibieron tarjetas especiales y además se hizo un sorteo entre los alumnos por una tarjeta que valía más. Durante dos semanas, otros alumnos ganaron el sorteo y yo fui el único que no gané. La verdad es que me dio muchísima envidia de los que ganaron.

 

Cuando llegué a casa, le conté a mi papá que yo nunca gano en ningún sorteo y que tengo mucha envidia de los niños que sí ganan y que eso me pone triste. Mi papá me dijo que Hashem quiere que yo tenga envidia para que empiece a orar para poder ganar, porque así voy a aprender a tener emuná. Porque únicamente cuando uno siente que le falta algo puede pedirlo de todo corazón. Y así yo voy a aprender que cuando quiero algo tengo que pedirle ayuda a Hashem. Y más que nada tengo que darle las gracias por no haber ganado hasta ahora y alegrarme de eso. Eso fue lo que hice. Le oré a Hashem con todo mi corazón y Le dije así: “Hashem, Tú me amas más que nadie y yo quiero muchísimo ganarme estas tarjetas que valen tanto. Así que por favor, Hashem, ayúdame para que pueda ganármelas yo también”.

 

A la mañana siguiente, Hashem escuchó mi plegaria y gané cuatro tarjetas de las caras, más que cualquier otro alumno de la clase. Cuatro veces más de lo que había pedido al principio.

 

Le conté esto a mi papá, y él me dijo: “Mira cuánto te ama Hashem. En el momento en que te diste cuenta de que la razón por la que tus compañeros ganaron y tú no era para que entendieras que Hashem quiere que se lo pidas a Él, ahora Hashem no te trajo una sola tarjeta, ¡sino cuatro! En el momento en que el niño Le pide algo a Hashem y entiende que todo lo que pasa en realidad lo decide Él, y se acerca a Él, entonces Él lo colma de bendiciones, incluso el doble de lo que uno pidió”.

 

A partir de ese día, cada vez que Le oro a Hashem y Le pido algo, me doy cuenta de que Él responde a mis plegarias. Y desde ese día ya me gané dos veces el sorteo, que es algo que no pasa nunca, porque son cientos de alumnos en la escuela.

 

 

 

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