Las tiendas de Jacob – Balak

Las mujeres judías del desierto podían tomar baños rituales, tener hijos y amamantarlos sin infringir la santidad y el recato que tanto caracterizan a nuestro pueblo

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Rabanit Jana Braja Seigelbaum

Posteado en 29.06.23

Incitado por el miedo y los celos, el rey moabita Balak contrató al mago madianita Bilam para que maldijera al pueblo judío. A pesar de haber aplicado las más contemporáneas clases de magia en las horas más propicias, Bilam fue incapaz de maldecir a Israel. Ningún mal puede invadir a un pueblo que habita en la santidad y la castidad. “Bilam alzó los ojos, y vio a Israel habitando en sus tiendas según sus tribus; y el espíritu de Hashem estaba sobre él” (Bamidbar 24:2). Cuando Bilam vio que las entradas de las tiendas de cada familia daban la espalda, de modo que nadie podía asomarse a la tienda del vecino, decidió no maldecirlos (Rashi, Bamidbar 24:5). Su recato era tan ajeno a las costumbres de los gentiles que fascinó a Bilam, hasta el punto de que no pudo contenerse y exclamó: “¡Qué hermosas son tus tiendas, oh Yaacov, y tus moradas, oh Israel!” (Bamidbar 24:5). La mujer personifica la tienda, que le sirvió de hogar al pueblo judío durante su peregrinación por el desierto. Del mismo modo, el nombre Yaacov se refiere a las mujeres judías (véase Rashi, Shemot 19:3).

Imagínense lo difícil que debe haber sido mantener el recato durante un largo viaje por el desierto. La privacidad es escasa en las estrechas condiciones de la tienda. Se necesitaba una gran sabiduría para que las mujeres judías de la tienda guardaran el pudor y la santidad de su familia, incluso en las difíciles condiciones del campamento. Gracias a sus poderes creativos, las mujeres podían tomar baños rituales, tener hijos, amamantar a los bebés y ocuparse de la higiene sin infringir la santidad del pudor que tanto caracteriza al pueblo judío. Este pudor, como un seto de rosas blancas y puras que rodeaba el campamento, protegía a Israel de la invasión de cualquier mal externo, incluso de la brujería más astuta. Si embargo, Bilam, con su astucia, comprendió el secreto de la supervivencia judía. Y se dio cuenta de que sólo abriendo una brecha en el cerco de pureza que rodeaba el campamento de Israel, se acercaría su perdición. Por lo tanto, conspiró un complot para entusiasmar a los hombres judíos con seductoras bellezas gentiles.

“Israel moraba en Sitim, y el pueblo comenzó a prostituirse con las hijas de Moav” (Bamidbar 25:1). Rashi nos informa que esto fue por consejo de Bilam. Mizrachi explica que si no hubiera sido por el ardid de Bilam, los judíos no habrían sucumbido repentinamente a las relaciones sexuales ilícitas, después de haber resistido tal tentación durante todo el exilio egipcio.

El rabino S. R. Hirsch señala que el pueblo judío nunca cometió prostitución de antemano, ya que afirma “Un jardín cerrado es mi hermana, mi novia” (Cantar de los Cantares 4:12), -esto se refiere a los hombres. “Un manantial cerrado, una fuente sellada” (ibid.), -esto se refiere a las mujeres jóvenes. Asimismo, el Midrash Tanjuma afirma que durante los doscientos diez años que duró el exilio egipcio, así como los cuarenta años siguientes de peregrinaje por el desierto, una sola mujer judía mantuvo relaciones íntimas con un gentil.

“…y el pueblo comenzó a prostituirse…”.  La palabra hebrea utilizada aquí para comenzó es “Vayajel” que está relacionada con la palabra “jol” (profano). Al involucrarse en relaciones sexuales prohibidas, los hombres judíos profanaron su santidad distintiva. Al principio, no tenían la intención de adorar ídolos en absoluto, sino sólo de tener relaciones sexuales con las mujeres gentiles. Sin embargo, a través de las relaciones sexuales ilícitas, fueron instados a cometer idolatría también. Esto es exactamente contra lo que advertía la Torá. La castidad, por tanto, protege al pueblo judío de toda influencia negativa. Mientras los hombres de Israel estuvieran bajo el fiel escudo de sus mujeres judías, -las guardianas de las buenas tiendas de Yaacov-, ningún mal podría sobrevenirles. Sin embargo, apenas abandonaban sus tiendas, para dejarse llevar por mujeres extrañas, se hacían vulnerables a todo pecado concebible, incluyendo la idolatría. Cuando el escudo protector de la tienda se quebró de esta manera, los israelitas se convirtieron en víctimas de la maldición del antisemitismo, y veinticuatro mil personas perdieron la vida. He aquí, de nuevo, un ejemplo de cómo la supervivencia de Israel depende del mérito de las mujeres judías.

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