El Billete Ganador

“¡Di-s mío! Yo NECESITO, ganarme la lotería! ¡No puedo pagar las cuentas! ¡No tengo dinero para comprar comida! ¡Mi mujer necesita zapatos!”

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Rajeli Reckles

Posteado en 05.04.21

“¡Di-s mío! Yo necesito, NECESITO, ganarme la lotería! ¡No puedo pagar las cuentas! ¡No tengo dinero para comprar comida! ¡Mi mujer necesita un par de zapatos!”

Hace varios años escuché una alegoría que me impactó: había un pobre que desesperadamente quería ganarse la lotería. Cada mañana, después del rezo, iba al arca de la Torá, la abría y gritaba: “¡Di-s mío! Yo necesito, NECESITO, NE-CE-SI-TO ganarme la lotería! ¡No puedo pagar las cuentas! ¡No tengo dinero para comprar comida! ¡Mi mujer necesita un par de zapatos!” (está bien… yo agregué esa parte). Así continuó, día tras día, durante varios meses, y al final Di-s dijo basta. Un día, cuando el hombre estaba por iniciar su ritual diario de sacudir el cielo con su insoportable queja, salió una bat kol, un eco Divino, que proclamó: “¡Ve de una vez por todas a comprar ese estúpido billete!”.

Parecería obvio que el tipo compraba un billete de lotería cada semana si tanto quería ganarse la lotería. ¿Cómo podía esperar ganarla sin comprar nada? ¿Qué se pensaba, que un día se iba a levantar e iba a empezar a llover dinero del cielo? ¿O tal vez que se le iba a venir encima cuando abriera la puerta del armario? ¿Acaso esperaba ver aparecer de pronto un “1” delante de una larga serie de ceros en su cuenta bancaria?

Cualquiera que viera algo así pensaría que este hombre era un loco, por esperar un milagro sin hacer ni el más mínimo esfuerzo por obtener lo que tanto quería. Pero saben qué? Nosotros somos igual de tontos que él.

¿A qué me refiero? Bueno, digámoslo así: ¿Cuántas veces esperamos y deseamos que las cosas sean diferentes? ¿Que podamos cambiar algo en la vida sin hacer ningún esfuerzo? Por ejemplo, digamos que tenemos un mal rasgo de carácter que nos gustaría mejorar, como por ejemplo, el enojo. Podemos convencernos a nosotros mismos de que esta es la última vez que vamos a explotar. Día y noche racionalizamos todos los motivos por los cuales no tenemos necesidad de enojarnos. Podemos preparar de antemano cómo reaccionaremos a la situación que continúa exacerbándonos, con la esperanza de que la próxima vez podamos manejarla mejor. Podemos pagar un ojo de la cara por todos los años de terapia. Pero entre nos: ¿acaso a alguien eso le sirvió para librarse del enojo?

Yo hice todo lo que está en la lista, excepto pagar un ojo de la cara. Y hasta el día de hoy todavía me descubro haciendo esto. Me refiero a esa furia que me va subiendo pro la garganta cuando mis hijos hacen algo que verdaderamente me pone loca, como por ejemplo arrojar literalmente muebles de madera por la ventana de tercer piso del departamento de mi amiga. O cuando uno de mis hijos bebió a escondidas una botellita de vino que había guardado para Purim. Por supuesto que me dijo que pensaba que era jugo de uvas. Obvio…

Y después de que exploto, caigo en las redes de la auto-persecución. ¿Cómo pude reaccionar otra vez más a las paladas que hacen mis hijos? Yo sabía que esto iba a pasar: no sabía exactamente qué, pero sabía que iba a pasar algo. Con ellos, es como mirar una película de suspenso: no sabes exactamente qué es lo que va a pasar, ni cuándo, pero sabes que va a pasar algo malo, y ya te pones todo tenso, agarrándote bien fuerte de la silla para cuando llegue ese momento en que todos los que están en el cine den un grito de terror.

¿Se acuerdan de esa frase que decía “La locura es hacer lo mismo y aun así esperar diferentes resultados”? ¿Acaso eso significa que estoy loca? La verdad que a veces ya ni me doy cuenta…

Pero esta clase de locura no se limita solamente a los rasgos de carácter sino que también se aplica a toda la vida y a las relaciones con los demás. Muchas veces nos vemos atraídos a un tipo similar de personalidad, tanto si nos damos cuenta como si no. A veces no es tan obvio. Hay muchas mujeres que descubren que en una relación después de otra se relacionaron con hombres que tienen fobia a entablar un compromiso o que no son capaces de ahorrar ni un dólar, aunque su vida dependa de eso. También hay hombres que siempre se encuentran a sí mismos en relaciones con mujeres imposibles de satisfacer, o con rubias.

Lo que quiero decir es que cada uno de nosotros tiene muchas clases diferentes de modelos de reacción de los que les gustaría librarse. La mayoría de nosotros sabe sobre qué tiene que trabajar y realmente queremos cambiar. Pero como dice el refrán: “La gente no cambia”. Y así es: no cambia. ¿O sí cambia?

Existe una sola forma de cambiar: haciendo plegaria personal. ¿Sabes a qué se parece la plegaria personal? Imagínate que eres un niño esquelético en el colegio al que todo tiempo lo acosan. ¿Acaso no sería bueno que tuvieses un amigo, o un hermano mayor, o un genio al que pudieras hacer aparecer mágicamente para que golpeara a esos chicos odiosos?

¡Pues precisamente eso es lo que estás haciendo! Le estás pidiendo a Di-s que destruya a la Mala Inclinación que ha logrado entrometerse en tu cerebro y sentirse allí como en su propia casa. Di-s es el Único que puede hacer eso. Lo que tenemos que hacer es gritarle: “Di-s! No puedo vencer a este demonio yo solo! Por más que trato, no puedo hacer ningún cambio duradero sin Tu ayuda! POR FAVOR, NECESITO TU AYUDA!!”.

La única forma de tenemos posibilidades de mejorar cualquier aspecto de la vida es a través de la plegaria personal. ¡Ese es nuestro billete de lotería ganador! Pero si no tienes el billete, no vas a poder ganar la lotería. Entonces ¿qué estás esperando?
 

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